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YA QUEDAN POCOS

Feb 4, 2012   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Y ya que va de videos este otro sobre ¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis!, para recordar que en office@eutelequia.com, se puede pedir el libro y lo recibiréis contrarreembolso en casita por solo quince eurillos, que es bien poco a cambio de unas cuantas risas aseguradas. Venga, que solo quedan unos pocos.

PEZONES

Feb 4, 2012   //   by admin   //   Blog  //  2 Comments

Aquí va el prólogo que escribí para «Me quema el sabor de tus ojos», el disco-libro de Daniel Sancet e Insolenzia. Es además, una excusa para volver a poner el vidrioclip de este mismo grupo en el que aparezco encarnando a Dick Grande, el barrendero protagonista de mi novela ¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis! Memorias de una estrella del porno (amateur). 

PEZONES
Joder, con las prisas. Dani me llamó ayer cuatro veces. Yo no me enteré. Estaría pasando el aspirador o bañando a los niños. Esta mañana he visto las llamadas perdidas, y justo cuando iba devolverlas, suena el móvil.  Hay otro hilo invisible, además del teléfono, que nos conecta a cientocincuenta kilómetros. Después de todo los dos somos Ilundain.
—Primo, te llamo para meterte en un marrón… Necesito el prólogo para mañana…
Joder, con las putas prisas.
Aunque yo sabía que eso iba a pasar, cuando me invitó a escribirlo, a escribir este prólogo:
—Por mí, encantado, pásame la novela y eso está hecho.
—¿La novela? No, es que todavía no la he escrito.
Todo esto en mitad de un agosto frío como la mano de un esquimal muerto, cuando vinieron a Artica a grabar.
—¿Y cuando sacáis el disco?
—A finales de septiembre…
Dani me ha explicado cómo trabaja varias veces, cuál es el proceso creativo para escribir, primero las canciones y después, a partir de ellas, los capítulos de la novela; o quizás sea al revés, primero imagina la novela, la retiene en la cabeza, y una vez que ha escrito las canciones, suelta de una tacada la novela, no sé, todavía no lo he entendido muy bien. Lo que sí sé es que tiene todo eso dentro de él, ni siquiera diría que dentro de su cabeza, sino en las tripas, o en los pulmones, o en el forro de los cojones, y un día lo expulsa, como una polución nocturna, la bocanada de un luckiestrai, una vomitona…Lo hizo con “La boca del volcán” y lo ha vuelto a hacer con “Me quema el sabor de tus ojos”. Que me parece muy bien, pero yo ya estoy mayor, necesito más tiempo, yo escribía así hace años, cuando la cerveza entraba fácil y a porrillo, a oleadas, hasta que sentía el sabor de la espuma y de la sangre debajo de la lengua, y lo echaba todo, y en el suelo quedaban restos de tinta china.  Qué tiempos.  Qué cabrón, Dani, que todavía puedes hacerlo, divertirte, pintar con un palo en la arena, mientras a tu lado pasan chicas en bikini apuntándote con sus pezones duros.
—Vale, tendrás tu prólogo, a ver qué sale —siento húmedas las bragas de mis musas, y me comprometo.
Me comprometo, aunque tenga mil cosas pendientes. Esta mañana toca hacer la compra, así que de camino al súper pongo “Me quema el sabor de tus ojos” a toda hostia en el coche. Me saqué el carnet solo para eso. Para poder oír música. Y para berrearla. Todo lo demás, conducir, los talleres mecánicos, las conversaciones masculinas sobre coches, me da puto asco. La gente se sube a los coches y se convierte en bestias, depredadores, defensores de la pena de muerte. Conducir es una cuestión de educación, y las carreteras están llenas de maleducados, de  listillos, de asesinos en potencia… Pero también hay gente que canta en el coche. Sin dejar hueco ni aire para la mala sangre. Yo pensaba que era un bicho raro, pero el día que Dani me llevó a casa, después de escuchar en el estudio de Iker Piedrafita por primera vez cómo habían quedado las dos primeras canciones del disco, vi que él también cantaba mientras conducía. A toda hostia. A pleno pulmón. Como un Ilundain.
A mí, ese día,  se me puso la corteza del corazón en piel de gallina. Un ratico antes, me sentí un privilegiado acompañando al grupo en el estudio, mientras escuchaban la mezcla definitiva de las canciones. Sonaban como un trueno. Y ellos lo sabían. Escuchaban sus temas como si los hubieran escrito y tocado otros. Se sentían pequeñitos al lado de ellos. Y yo todavía más pequeñito, a su lado, un insecto, una mosca quieta en un cenicero. Yo era un intruso, un profanador, no tenía ni idea, nunca había oído una canción convertida en chóped, en lonchas, la batería por aquí, la voz de Isabel, a capella, por allá (qué bien canta Isabel siempre, y en este disco en particular, su voz suena como una flor desgarrando unas bragas de seda, o una mano blanquísima abriendo el corazón de un pájaro con los ojos del color de la miel… Y qué bien se araña la piel con las ortigas en la garganta de Dani.  Dani e Isabel, bella y bestia, bailando un vals, sin pisarse los pies).
Después, al salir del estudio, nos tomamos una cerveza en un bar, a los pies del monte Ezkaba y a la salud de todos los huesos sin nombre enterrados en él, y Miguel no rompió ni tiró nada, y alguien del grupo dijo “A ver ahora cómo superamos esto”, y luego fue cuando Dani me llevó a casa, en coche, con la música atronando,  y cuando empezó a cantar, sobre su propia voz, “A pleno pulmón”, y yo sentí cómo el asiento de copiloto me tragaba, como mi propio corazón convertido en una hoja de papel me envolvía, y sobre él la vida era un dictado con estribillos para corear con el puño en alto (que los hay por arrobas en el disco), y jarras de cerveza fría una tarde de verano, y risas despreocupadas… Puro rocanrol. Pura vida.
—Bueno, pues cuando tengas la novela, mándamela— fue sin embargo, lo único que pude decir, cuando Dani me dejó a la puerta de casa. Como una mosca muerta, ahogada en cenizas, incapaz de zumbar con un poco de entusiasmo.
La novela fue llegando después, también como ruedas de chóped: un día Dani me trajo dos capítulos, otros me los envió por email… Y al final el prólogo lo he tenido que hacer pintando sobre la arena, del tirón, contra el reloj… Al estilo Sancet. Escribiendo como cuando escribir era lo único que había. Cuando te jugabas la vida con ello (eso sigue igual, pero entonces tenía menos miedo y, aunque dejaba más flancos descubiertos, la inconsciencia me hacía más peligroso).  Cuando pasar la aspiradora era escribir. Y cuando te daba lo mismo si los demás la tenían más larga.
Jean Dubuffet, escritor y pintor francés (para qué voy a escribir un prólogo si no puedo pegar un moco dentro de él), dijo que “la literatura  lleva un retraso de cien años con respecto a la pintura. Hace varios siglos que no se alimenta de los frutos inmediatos que ofrece la vida, sino de obras anteriores”. Y tiene razón, pero eso no va con Dani ni con el libro que tienes en tus manos. En este libro no vas a encontrarte citas de Rimbaud, de Marcel Proust, ni siquiera de Bukowski (como mucho de Barricada, o de Cicatriz) sino bares, habitaciones con gente que se siente sola, se hace pajas,  tiendas de discos, más bares… Pura vida. Puro rocanrol. Y muchos pezones. A Dani le vuelven loco los pezones. Pezones con forma de fresa, o pezones que te apuntan como recortadas, y tú levantas las manos y algo más, y ofreces el botín de tu alma a cambio. Pezones nutricionales, por los que fluye la existencia. Dani acaricia pezones con sus manos y se pone tetas, es capaz de desdoblarse, de cambiarse de sexo sin que se note, de meterse bajo la piel tanto de Alex, como de Selene, los dos protagonistas, de darse de hostias en un bar y de probarse un tanga delante de una amiga y preguntarle si le hace el culo demasiado gordo. Y mucho más: Dani retrata, mirando desde muy cerca, a dos jóvenes que echan a andar en dirección contraria al dedo que señala y acusa. 
Dani Sancet es, en definitiva fiel a la Insolenzia, con zeta, y cuando es necesario muerde hasta la mano que le da de comer y le deja la cicatriz, la marca del zorro, un beso de antifaz, algo que dicen que no se debe hacer, mentira puta, detrás de esa mano hay siempre un brazo, una mente a veces peligrosa  y otra mano con la que a menudo nos tienen agarrados por los huevos. Este es un disco, y un libro, escrito con los dientes apretados, a pleno pulmón, con  la voz rota de tanto gritar –eso y los, luckystrais-,  contra el tiempo, viudo de reloj, contra todos y a favor de los que todavía se atreven a danzar el baile de la libertad.  
Patxi Irurzun
Sarriguren, 16 de septiembre de 2011

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