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Archive from enero, 2012

REFRANES

Ene 11, 2012   //   by admin   //   Blog  //  No Comments


Uno de los cuentos que va rescatando pacientemente Exprai en su página, y que ilustró en su día para el periódico en el que yo los escribía (GARA). Aquí están todos los recuperados hasta el momento. Era una buena gimnasia semanal. Un cuento cada siete días, durante unos cinco años. Son muchos cuentos y de algunos yo ya ni me acordaba.

REFRANES

Había llegado a la estación con una hora de adelanto.

—Hombre precavido vale por dos –recordé el refrán.

Pero nunca me habían gustado los refranes. A menudo dos hombres no vaan más que uno solo. Ni siquiera unos cuantos hombres vaan más que uno solo. De hecho creía que los hombres eran más ruines y en consecuencia peligrosos a medida que diluían sus personalidades en matrimonios, familias, religiones, patrias… Quizás yo fuera un misántropo, pero al menos obraba con cierta justicia, pues no me excluía a mismo de ese odio a la humanidad. Saa por ejemplo que después de todo el refrán era cierto y que mi precaución me desdoblaba en dos hombres: un cobarde y un desgraciado. Era un desgraciado porque nunca había tenido suerte y un cobarde porque nunca había tenido el valor de buscarla. Siempre saa corriendo cuando las cosas amenazaban con cambiar. Por eso llegaba siempre con una hora de adelanto a las estaciones de autobuses. Las estaciones de autobuses eran tierra de nadie. En ellas el tiempo parecía detenido. Todos estaban punto de llegar o de partir hacia algún lugar. Asustados. Aturdidos. Pero seguros mientras esperaban.

Aquella estación, en concreto, era triste, oscura, desangelada… Me gustaba, estaba llena de posibilidades, de historias, una por cada viajero que esperaba un autobús, o que llegaba a la ciudad, una por cada pervertido que merodeaba alrededor de los destartalados y malolientes baños… Era todo aquello, la vida, los sueños y las miserias de la gente, sus dudas y sus temores, lo que alimentaba el arte. El mundo, el ser humano con todas sus aspiraciones y sentimientos caan dentro de una pequeña estación de autobuses.
—Eh, colega ¿tienes un cigarrito?– interrumpió mis pensamientos una voz rota por el vino y el tabaco, una voz que parecía llegar de ultratumba.
Era uno de los vagabundos que se arremolinaban alrededor de una fogata en uno de los andenes inutilizados. Continué adelante, en dirección a la cafetería, sin prestarle atención, como si realmente fuera un espíritu que habitaba otro mundo, un mundo que pretendíamos invisible dentro del nuestro, que a su vez pretendíamos perfecto.
Me sentí avergonzado. Me hubiera gustado alargarle un pitillo, decirle “Vaya rasca hace esta mañana, tronco”, hacerle saber que a mis ojos ni nuestro mundo era perfecto ni él invisible. Pero ni siquiera me atreví a mirarle. Siempre saa corriendo. Era un cobarde. Un desgraciado. El mundo, el ser humano, la vida, con todas sus contradicciones, también caan dentro de tu propia cabeza.
Entré a la cafetería.
La clientela la componían personas que difícilmente coincidirían por voluntad propia en otro lugar: trabajadores del turno de noche, hombres de negocios en tránsito, trasnochadores en busca del último –o el primer– bar abierto…
—¿Qué va a tomar el señor?– preguntó el camarero. Era ecuatoriano. Extranjeros. Más hombres y mujeres invisibles, seres humanos que sobrevivían en las juntas y los ángulos muertos de nuestro mundo perfecto: en clubes de carretera, subidos a los andamios, en las estaciones de autobuses interurbanos…
Me tomé mi café despacito y después sa a la sala de espera. Había varios bancos, con gente esperando. Hombres y mujeres solos que miraban los terminales en los cuales aparecían escritos sus destinos. Yo también me senté en uno de aquellos bancos y miré los horarios de llegada y partida. No saa qué hacer, a donde dirigirme. Me hubiera gustado quedarme para siempre allá sentado, en aquella estación de autobuses.

—Eh, tronco ¿tienes un cigarrico?– volvió a interrumpir alguien mis pensamientos, esta vez un yonki.

Le miré a los ojos. Al fondo de ellos había escombros, una bicicleta rota y oxidada, peces de colores muertos…

Le pasé la pava de mi cigarrillo.

—Este es el último– me excusé.

El se encogió de hombros.

—Tranqui tronco, siempre que ha llovido ha parado– dijo.

Pensé que tal vez deberían empezar a gustarme los refranes.

EN EL SEMANARIO ‘UNO’ DE BOLIVIA+EL EXILIO VOLUNTARIO

Ene 11, 2012   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment

El precioso texto que escribió hace unos días Claudio Ferrufino sobre ‘Dios nunca reza’ ha sido publicado también en el semanario Uno de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia).

http://issuu.com/semanariouno/docs/semanariouno_443 (en la penúltima página)

Lo afea un poco que han puesto una foto mía. A este paso me hago famoso en Bolivia, aquí no se puede. Dentro de poco contaré algo sobre este autor boliviano, pero si alguien quiere hincarle ya el diente Alberdania publicó su novela El exilio voluntario, de la que se pueden leer aquí sus primeros capítulos. Y esto es lo que dice la editorial:

El exilio voluntario. Claudio Ferrufino-Coqueugniot.
*Premio Casa de las Américas

La novela de Ferrufino-Coqueugniot puede leerse de diversas maneras. Como un detalle casi testimonial de la vida de un inmigrante boliviano en los Estados Unidos, o como un libro de experimentación literaria y lingüística. Ahí, en parte, radica su riqueza, en las posibilidades que entrega al lector de situarse en diferentes facetas a ratos, o siempre, yuxtapuestas.

La vida de Carlos Flores, universitario nacido en Bolivia cuya discusión interna está en la de ser o no ser un hombre de acción, lo separa del inmigrante usual que emigra por factores económicos. Sin embargo, ya en el campo, el país ajeno, extraño, se ve inmerso en esa realidad y comienza a vivirla, sufrirla y también disfrutarla. Su prurito individual cede paso a opciones colectivas. En el momento en que se solidariza con sus compañeros de trabajo y/o infortunio –y estos se solidarizan con él–, su punto de vista se altera. Sin dejar de lado el intelectual que presume ser, piensa en los aspectos sociales de su voluntario destino desde la óptica de un trabajador, que encima soporta un exilio, la ausencia de la tierra y de la madre, la orfandad del idioma, la adversidad del clima. Como Sísifo, carga una piedra que nunca se deja de cargar. Ello añade a la nostalgia, al cuestionamiento personal, pero, al mismo tiempo, a la dinámica de la lucha y la posibilidad de vencer, en casi absoluta soledad, aquello que se le opone.

UN COMENTARIO ANÓNIMO

Ene 9, 2012   //   by admin   //   Blog  //  No Comments


Uno a veces se devana los sesos pensando en cómo escribir un cuento, y a veces no tiene más que coger los comentarios anónimos que caen en su blog, como este a cuenta de la foto (solo de la foto, la de arriba) que ilustraba uno de los post. Madre mía, qué tipo más fiero. A mí lo que más me gusta es el final.

Si que hay que ser PENDEJOS para hacerse de gato. Ese buey chingado de las pelotas marrano cornudo no solo dormira con gatos, sino tambien se los follara, de cansarse de ellos se los comera tambien en diversos platos no obstante tambien se bebera sus orines.

Ese cojudo para Halloween ya no necesitará máscara, debe ganar bien trabajando en el circo y para follar con su mujer le metera un polvazo colocandose la mascara de Brad Pitt esa de $1 porque asi de feo ese criminal nadie va a querer que se lo entierre esa verga que hsata debe tenerla igualita que el gato, como un anzuelo para que entre y ya no salga, que pendejos carajo.

Ya imagino ese buey no faltara aquel pendejo que se haga lo mismo pero con cara de perro y lo quiera perseguir en la vida real, debe ser la cagada porque si buscan cara de perro en google encontraran varios putos de mierda con el mismo trauma creyendose animales del diablo.

Imagino que si lo llevas a un restaurant y pides el menu del dia te lo debe tirar en la cara y contentarse solo con su Ricocat (comida para gatos), ya imagino esos cornudos que tengan cara de ratas deben andar cojonudos de miedo con este loco traumado puto de mierda que no conocera el paraiso porque ni Dios se lo querra guardar, y creo que ni el diablo engrosaria sus filas con ese embutido de hombre transformer, por temor a que convierta en gays a su poblacion infernal.

Imaginen como sera el culo de este pendejo, seguramente se hizo una cola el marrano cochino y se la puso en el horto para parecer mas gato, su revista porno debe ser las aventuras de gardfield en la gaticueva de las putas.

Adios pendejos y por favor dejen sus apestosos comentarios.

Un saludo desde Mexico que cada vez está más ahogado con la delincuencia y nadie sabe que hacer, las mafias gobiernan nuestro pais, te matan por 1 peso y se necesita un imbecil con cara de gato descender drogado desde un avion para que todos piensen que es Cristo y los viene a salvar, maldito demonio convertido en quirofano por un par de pesos ahora te puedes convertir en cabra con el pene de king kong y la cara de Elvis Presley la puta que lo pario!

¡ROBESPIERRE, VUELVE!

Ene 4, 2012   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment

Hace algún tiempo a veces yo era director de un banco. Yo era EG. Ese que recoge con una mano 900.000 euros, que se sepa, al año, más trienios, más blindajes… mientras con la otra ondea una banderita donde se lee Banca Cívica, Obra Social, Transparencia (hay que escribirlo así, con mayúsculas, para que cuele)… Sí, yo era EG, y esto lo digo totalmente en serio. Lo era a ratos. Un negro. El que le escribía algunas cartas: “Muy rico el vino que me enviaste”, “Muy interesante el libro que me regalaste”, cosas de ese tipo, y también discursos, cuando se jubilaban algunos empleados, prólogos para libros…

Una vez hice uno para el libro de un amigo íntimo suyo. Me pareció una cosa muy fea. Encargar a un negro que te escriba el prólogo para un amigo. Pero bueno, era mi trabajo, y mis buenos ochocientos euros al mes que me pagaban por eso (el ‘sueldazo’ se lo debía a un jefe progre que teníamos en la agencia de comunicación en la que trabajaba, uno que de joven contaba que era troskista y que el día que se murió Pinochet trajo bollos para celebrarlo).

Otra vez me pidieron que escribiera unas palabritas para el presidente del gobierno foral y a la sazón de la caja de ahorros, y como metí un par de metáforas, me lo tumbaron porque decían que nadie iba a creerse que aquello lo hubiera escrito él. Esto también va en serio. Como lo de incluir estrofas de Eskorbuto o de La Polla en todos aquellos bodrios por encargo, que a veces sí colaban.

En el prólogo para su amigo EG se despide diciendo “Mañana sol ¡y buen tiempo!” Era una pequeña venganza, una tontada, que no compensaba, que no servía para limpiarme. Porque con aquel trabajo yo me sentía sucio. Era como un mal chiste, uno esos en los que se te aparece el genio de la lámpara y cuando te pregunta qué quieres tú dices tocar muchos culos y te convierte en taza de baño. Yo quería vivir de lo que escribía y acabé firmando cartas con el nombre de otro, de uno de esos tipos que siempre había odiado, y también escribiendo anuncios de hipotecas o depósitos financieros. Pero el jefe progre me dijo el primer día que no me preocupara, que me iba divertir mucho, que allá se pasaban el día riéndose, y también que el dinero no iba ser un problema (se lo olvidó decir que no iba a serlo para él).

Otro mal chiste. Cuando ganas miles y miles de euros al año , cuando dejas un Chillida en el hueco de la escalera como si fuera la bolsa del Eroski, no te preocupa nada, y te pasas la vida riéndote, sí, riéndote de los otros, claro. Como EG. El otro día, al leer lo de los 900.000 euros, me entraron ganas de coger una metralleta y plantarme en Carlos III. Primero pensé en que ojalá me hubieran pagado a mi proporcionalmente los raticos que me pasé siendo él, pero luego me cabreé, me cabreé mucho, me pareció insultante, indecente, más aún teniendo en cuenta que eso no era ningún chiringuito, era una caja de ahorros (ahora ya no sé qué es ni de quién es), de la cual ha salido dinero a espuertas, por ejemplo, en dietas secretas que deberían ser un fotomatón, un retrato para estampar en la carta de dimisión, pero que sin embargo Barcina y famiglia han utilizado para venderse como los campeones de la austeridad y, de paso, para reírse otra vez, para reírse de todos nosotros. Aquí lo que interesa y para según quién prescribe de un día para otro.

Es como si yo voy a casa de EG (vamos de Enrique Goñi, yo soy un parado, sin prestación ni subsidio ni renta básica ni nada, ya no tengo nada que ocultar, ni miedo ni vergüenza de nada –he ahí una buena idea, el paro te puede quitar muchas cosas, pero te da otras, te da libertad para según qué e ideas sobre en qué emplear el tiempo o la rabia o hacia donde apuntar con el dedo-), como si voy a la casa de Barcina, decía, o de mi jefe, apando con todos los Oteiza o Chillidas que encuentre por ahí, en el cuarto de las escobas, y si me detiene la policía va y digo “Vale, no voy a volver a hacerlo”. “¿Y los cuadros?” “Los cuadros me los quedo, eso ya forma parte del pasado, ahora voy a ser buen chico”, “Ah, bueno”, “Ah, bueno, no, como voy a ir algo más justillo de vez en cuando volveré pasarme y me llevo algún otro ¿vale?”. “Pues vale”.

Lo mismo lo mismo no es, dirán algunos, porque yo soy un ladrón y ellos lo hicieron todo por lo legal. Son corruptamente legales. Y además, la justicia es igual para todos, salta el otro, el suegro de Urdangarín. Pero eso habrá que verlo. También sentí ganas de entrar en la Zarzuela con una metralleta, o mejor con un auditor, uno de verdad, el otro día, cuando la Casa Real dijo que hacía públicas sus cuentas. Estos ya ni siquiera se cortaron un pelo a lo hora de reírsenos a la cara, lo anunciaron el Día de los Inocentes (aunque últimamente cualquier noticia del periódico parece una inocentada).

Más indecencia, más insultos. “Robespierre, vuelve”, circulan por ahí unos logos, para hacer camisetas, pegatinas… Y cuánta razón que llevan, pero no pasará nada, no parece que vaya a pasar nada, mientras nos quede todavía un Barça-Madrid. “Jessica, vuelve”, lo dijo el otro día Paquirrín, esa es todavía la consigna. No pasó nada tampoco un día que debería ser un hito de la historia moderna, el día que a la democracia, o lo que fuera esto, se le dio la puntilla, el día que Papandreu huyó hacia delante con el órdago de un referéndum y todos los demócratas de toda la vida, los nuestros los primeros, se echaron las manos a la cabeza, dijeron que era una locura, eso de preguntar a la gente. ¿Qué sabe la gente? ¿Qué pinta la gente en todo esto? La gente solo somos los negros que escribimos sus mentiras, datos de las agencias de calificación, soldados de infantería, los que tenemos que exponernos a las balas para que los palacios y los hemiciclos y los consejos de administración sigan a salvo, lejos de la crisis, y las máquinas registradoras sigan haciendo clin-clin. (Esto Miguel Sanz no podría decirlo porque es una metáfora, o igual no, quizás ya hay en marcha otra guerra, otra de verdad, con muertos de verdad, con bombas y tiros y eso, no muertos de los otros, de hambre, o de infartos, o de desahucio, muertos de asco e impotencia; las guerras, por lo demás, ya se sabe, reactivan la economía, las hacen por nuestro bien, y ya hay misiles que van de aquí para allá y nos los ponen en los telediarios todos los días para que vayamos acostumbrándonos).

En fin, hay quien dice que la revolución será twiteada, pero no sé, quizás sea más práctico lo que—hablando de guerras— escribía Dalton Trumbo en ‘Jhonny cogió su fusil’, aquello de sí, sí, dadnos los fusiles (o las metralletas) cuando montéis la próxima guerra, esta vez quizás sepamos a dónde apuntar. De momento, ya vamos afinando la puntería con el dedo.

Claudio Ferrufino-Coqueugniot, Premio nacional de literatura boliviano 2011, escribe sobre ‘Dios nunca reza’

Ene 2, 2012   //   by admin   //   Blog  //  No Comments


El escritor boliviano Claudio Ferrufino-Coqueugniot, Premio Nacional de literatura 2011, ha escrito este hermoso texto sobre mi diario en el suplemento Ideas del periódico Página Siete de La Paz. Así da gusto empezar el año:

El Diario de un escritor (Patxi Irurzun)

Conducía a las tres de la mañana por la avenida Santa Fe, que une las ciudades de Littleton, Englewood, Denver. La ruta va paralela a las vías del tren. Uno infinito, cien vagones de carbón quizá, machacaba la noche, chis chas, chis chas; algún coyote se miraba en las orillas, cabeza gacha, oliendo el rastro de conejos que de tantos son por acá plaga. Al frente una lucecilla, el ojo del monstruo, y un hombre solitario. Pesarosos los trenes de la oscuridad, sin la alegría refulgente como se presentan de día. Este era epítome de soledad: un hombre que se iba de casa, quién sabe por cuánto, llevando multitud de carros metálicos, llenos al tope de polvo y roca, cada uno con una cima que los hacía parecer, en colectivo, una minúscula cordillera en movimiento.

En esa parte no hay vida otra que la salvaje. De a ratos un foco anuncia un rancho. Las pequeñas calles urbanas que se desgajan de Santa Fe poseen rostro sórdido. No hay hileras de faroles que las describan. La individualidad feroz de Norteamérica ha creado estos barrios oscuros, donde, y peor con la nieve sucia de barro y frío, abunda el desasosiego y se ahogan sollozos de angustia y miseria. A muy corta distancia nos miramos con el ferroviario. ¿Qué hacen dos personas a esa hora en la pradera de nadie? Trabajan. Le toco bocina que dudo escuche, pero hago señal de saludo con mis luces, y contesta con bramido de cachorro viejo. Luego lo traga la sombra y yo me escurro por debajo del entramado de avenidas que cuelgan del cielo.

Me pongo a pensar en un libro precioso, y triste, que comencé a leer en los aviones, Dios nunca reza, de Patxi Irurzun. No quiero describir los méritos ni el currículo de este escritor diez años menor que yo. La riqueza de las comunicaciones puede desnudarlo ante cualquiera que se interese; desgajarlo, levantarlo, hundirlo. Por qué ahora, dónde la relación del dietario vasco, navarro, español, europeo con mi derredor. En lo poco que veo de lontananza no hay tascas, ni voces que supondrían España. La vida cuesta aquí, durísima. Lo hace en todas partes. Silencio.

Alberdania publicó Dios nunca reza no hace mucho, en septiembre del 2011 (Irun). Su editor me envió el libro de Patxi porque se lo pedí. De él había leído cuentos de gran calidad, y las primeras páginas de su diario, que empieza un martes 17 de junio de 2008, seguían por ahí. Avancé hasta un instante en que me pareció leer algo que yo podría haber escrito, sensaciones, recuerdos, frustraciones, sueños. Será, me dije, que nosotros escritores, escribidores, escribas y amanuenses formamos un corro de quejumbrosos desposeídos, un sindicato apócrifo de fracasados y cobardes. Disquisiciones nacidas del recuerdo, de los años de trabajos insulsos y arteros, de los lustros sin escribir porque había que traer el pan a casa, jugar con los hijos, aguardar por los próximos, contemplar, desear y amar a la mujer que acompaña, sin nunca saber si devendrá eterna, o si otra vez, como sucede a menudo, estaremos como ese tren que se hundió en Englewood sin pena ni gloria, añadido numérico al voraz mundo insomne y terrorífico.

Irurzun camina por esa ansia del creador que ve que su obra se va por la canaleta sin poder hacer nada. Lucha, claro que lo hace, roba unas horas cuando los demás duermen. Contempla su casa, la que habita, la que pierde, la nueva, porque su narración es la historia de un traslado, tal vez incluso metafórico, que viene junto al próximo nacimiento de una hija, June, que significa la esperanza, mientras Urko, el niño suyo que un poco es él y mucho no, implica solidez y Malen, esposa y misterio, ánfora de preguntas sin respuesta o viceversa.

Difícil situación. Hay que arañar para alcanzar la renta, llevar el chico a mamá para cuidarlo, lidiar con el paro impuesto por esta falacia del Primer Mundo, ni siquiera eso en el Tercero. Encima el embarazo, el pie doblado de la niña en las visiones del médico, otra metáfora tal vez de que a pesar de andar en principio chueco, ha de llegar el tiempo en que lo hagamos derecho. Todo tiene arreglo. Hasta dejar la casa antigua, que guarda tanto, desde un olor a fritura hasta un gemido de amor y el llanto nuevo de los nuevos. No aferrarse, saber perder para ganarlo. Una casa se construye otra vez, una y mil veces, apenas se van ajustando los cacharros en los rincones. Libro de soliloquios, de límites donde a ratos asoma el fracaso, pero allí está el artista, puliendo líneas de un cuento, digiriendo el posible éxito de ganar un premio, bien elucubrando acerca de sus apéndices, sus vástagos, festejando el sexo de antes y el por venir con la mujer que ama. Páginas que de la penuria de lo cotidiano se entrelazan para formar eternidades.

Se piensa que los escritores somos seres extraterrenos, que nuestra sensibilidad, y lo que es peor, nuestra inteligencia, sobrepasan aquellas de los pobres mortales. La lástima es que existen autores que se lo creen y viven como tales la orgiástica dicha de los dioses falsos. Patxi no recrea de su vida personal genialidades ni encuentros de tercer tipo. Su literatura está presente, respira, habla de ella, la madura, la asimila para el momento en que pueda plasmarla. No es ajena a su brega diaria, a aguantar cabronadas de jefes en empleos inmundos, a preocuparse por las bombillas eléctricas, cerraduras, faros y vetustez del coche. Se pensaría qué pena que este hombre va perdiendo sus años en burradas semejantes, sin ser cierto. Contar los avatares domésticos de una existencia jodida por las circunstancias puede convertirse también en literatura.

Las palabras nos habitan, en cualquier lado. Quién sabe si el conductor del tren, al observarme, no pensó en escribir una historia sobre el tipo que manejaba el coche blanco junto a su máquina. Lo vi devorado por la oscuridad. Así me vería él. E inventamos el resto.

28/12/11

LE COQ EN FER (Blog de Claudio Ferrufino)

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