Llueve, de Diego Vasallo -al que conocí ayer- con letra de Roger Wolfe
Fue ayer en Le Bukowski, de Donosti, legendario bar que yo no conocía a pesar de tenerlo a una hora de casa, autovía mediante. Ahora, sin embargo, ya puedo decir que me he subido al escenario del Bukowski, el mismo que han pisado muchos de las leyendas del punk-rock. Aunque yo ayer estuve de telonero, o de padrino, acompañando a Iñaki Estévez en la presentación de su primera criatura, su primer libro, Hotel Desafío. Todo lo que se puede contar sobre él ya lo han dicho y mejor dicho mi compadre Esteban Gutiérrezaquí y el gran David Refoyo en el prólogo de la obra, yo solo subrayé que Iñaki bebe de las fuentes del rock en sus relatos, tanto en la inspiración, la forma (los relatos parecen letras de canciones, y en cada uno de ellos hay varios guitarrazos que ponen los pelos de punta, frases deslumbrantes, llenas de fuerza y sugerencia), pero sobre todo la actitud. Iñaki escribe relatos que suceden en moteles de carretera típicamente americanos, en la Ruta 66, y sin embargo consigue que nos resulten familiares, porque le son propios, porque ha mamado con avidez de la teta nutricional del rock, porque ha viajado a esos lugares y porque el rock y las canciones han estado junto a él en cada momento de su vida, cuando se ha sentido solo o hundido, cuando ha amado, cuando ha follado como si fuera la primera y la última vez, cuando ha cerrado puertas y ha tirado la llave… Iñaki, en suma, no puede desprenderse de todo ese bagaje cultural al contar sus vivencias.
En la presentación uno hizo lo que pudo, como siempre, que yo no sé porque me invitan a apadrinar niños, yo soy un padrino gris y de los que no dan la paga, y por si fuera poco se me olvidó la chuleta y no pude leer la cita-moco que tenía preparada y que siempre viste mucho o sirve para disimular un poco. En todo caso, la presentación estuvo bien, lo mismo que el tercer tiempo, en el que pude conocer, entre otros, a Diego Vasallo, con el que estuve charlando un rato sobre diarios y dietarios. Luego, al volver a casa, no pude evitar enredar un poco en internet y rebuscando en los discos que Diego ha publicado después de dejar Duncan Dhu (que , por cierto, es un personaje de Stevenson en su novela Secuestrado), me encontré con La máquina del mundo, en el que canta poemas de Roger Wolfe, con referencias a Karmelo Iribarren, Michel Gaztambide… Todo un hallazgo. Y un gran tipo, Diego Vasallo.
Del Bukowski directo a coger el coche, que lo tenía aparcado debajo de un viaducto algo siniestro al final de la cuesta de Egia, y para casa, por la autovía en la que, sin embargo, por una vez, no llovía, ni nevaba, ni había niebla, solo hacía frío y estaba oscuro, y paré en una gasolinera en la que no había nadie…. Vamos, como si se tratara de uno de los cuentos de ‘Hotel Desafío’ puesto del revés. Mañana (jueves 29), Iñaki juega en casa con su libro y presenta en Irún, para los que se quieran acercar. Mientras tanto, salud, literatura y rocanrol.
Esto es lo que escribí para el libreto del disco LOS RITMOS DEL ESPEJO, que editó el colectivo de solidaridad con Chiapas de la CGT para apoyar al municipio autónomo y zapatista Flores Magón, y a La Culebra, en Chiapas, a donde viaje en el año 2004. Recuerdo aquel viaje y la gente con lo que lo hice con mucho cariño. El dibujo de la portada es de mi gran amigo Kalvellido y el disco aparecían canciones, entre otros, de Amparanoia, Fermín Muguruza, El Cabrero, Cifu, Ojos de Brujo, Los de abajo…
VALIENTES. Patxi Irurzun
“Las personas valientes tienen una estrella en el lugar del corazón y cuando mueren su corazón se queda en el cielo”. Lo decían los Capitanes de la Arena, los meninos da rua que retrató en unhermoso libro, pleno de rabia y esperanza,el escritor brasileño Jorge Amado. Y aquellos niños de la calletenían razón, pues nunca he visto un cielo tan estrellado como aquella noche, tumbado sobre la pista de baloncesto del caracol zapatista de La Garrucha.
Yo estaba allá, acompañando a algunos miembros de la Comisión de Solidaridad con Chiapas, quienes habían hecho entrega del dinero recaudado (en buena parte con iniciativas como la primera entrega de ‘Los ritmos del espejo’) para construir un hospital en La Culebra. Esperábamos a que la Junta del Buen Gobierno encontrara un lugar en el que pudiéramos dormir sin que nuestros huesos de güeritos se astillaran y crujieran al día siguiente como un mueble viejo. Comenzaba a hacer frío, pero allá se estaba bien, con la espalda pegada al asfalto caliente, después de haber visto que el sol salía para todos pero se acostaba junto a la estrella roja zapatista que, dibujada sobre los tableros de las canastas, nos daba cobijo.
La libertad es como el sol, el mayor bien del mundo, decían también los Capitanes de la Arena. Porque la libertad era lo único que tenían aquellos pequeños. Todo lo demás se lo habían robado. Un hogar. Un futuro. Su niñez. Pero el sol seguía saliendo todos los días, también para ellos. Y eso no se lo podía arrebatar nadie, ni siquiera aunque la policía o los escuadrones de la muerte los asesinaran, porque entonces sus corazones se iban al cielo y brillaban como pequeños soles, como estrellas.
Del mismo modo, nadie puede matar un sueño, como el zapatista, ni hay retenes militares, fronteras, muros de piedra o de papel, que puedan aprisionar, hacer callar la música. Esta música, libre y solidaria, que llega como un rayo de sol, hasta los caracoles y las comunidades rebeldes, allá donde el cielo es más estrellado, donde resplandecen los corazones de los niños de la calle y de los niños que morirán en La Culebra por culpa de un simple diarrea hasta que no tengan un hospital; los corazones de la pequeña Ramona y aquellos otros que cayeron para que los demás podamos seguir en pie; los corazones iluminados de todas las personas valientes
«Desde la librería Elkar Comedias, citan entre los autores más solicitados a Mikel Alvira (Llegará la lluvia), Patxi Irurzun (Dios nunca reza) y Aingeru Epaltza (Yo que fui rey de Navarra)» (Diario de Navarra)
Aquí dejo, como aguinaldo (y también, como anzuelo, todo hay que decirlo, por si alguien todavía no se ha decidido a comprar «el libro de estas navidades» unas páginas de «Dios nunca reza«). Se las dedico, como en los programas de esos de antes de la radio, a Jorge Nagore.
Sábado 6 de septiembre de 2008
Me ha pillado desprevenido, mientras conducía,ha encontrado el hueco a través de la armadura,ha pinchado en blando, y he comenzado a llorar como un tonto. Forever young, de Bob Dylan, en la radio. Ni siquiera sé qué dice exactamente la letra, a mí la canción me ha dicho que cuando dejas de ser un niño la vida sigue siendo un cuarto lleno de cajas por desembalar, pero que a menudo estas explotan en la cara al abrirlas, te dejan ciego,te amputan las manos, o hacen que tú las sientas amputadas, que no quieras mirar hacia delante,que tengas miedo a seguir abriendo cajas, a encontrarte dentro de ellas cadáveres despedazados, trozos de ti mismo; me ha dicho también que yo tengo una habitación llena de cajas, en una casa nueva, pero que ni eso, ni la mudanza cambiarán nada, no tendré ninguna sorpresa cuando las vacíe, me encontraré lo mismo que tenía antes; que, sin embargo, mis armas debenser la perseverancia, no ceder espacios a la sustancia gris y viscosa, que debo seguir combatiéndola, poniendo diques, leer un libro, escuchar un disco de vez en cuando,escribir unas líneas cada noche, aunque me pesen los párpados, esté agotado y malhumorado, como ahora, sentir que esa es mi pelea, y que no me van a tumbar nunca, quepuede que esté equivocado, solo sea un boxeador sonado,pero no me importa, seguiré siendo joven, por siempre joven,si sigo peleando, aunque sea contra el viento.
Y he recordado también la última vez que escuché esa canción -tal vez esa ha sido la fisura que esta ha encontrado para herirme-,fue en una proyección de diapositivas que nos hizo en el trabajoIñaki Otxoa de Olza, el montañero que falleció hace unos meses en el Himalaya. Le invitó un compañero, amigo íntimo del alpinista, un compañero que lo único que pretendía era que mi jefe se rascara el bolsillo, para la siguiente expedición de Iñaki (por supuesto, mi jefe no lo hizo, aunque luego, cuando él murió, se sumó al coro de plañideras y escribimos en la revista un artículo muy emotivo, mencionando los proyectos que el montañero tenía en mente -un artículo que ni siquiera escribió su amigo, mi compañero, porque lo acababan de despedir-).
El caso es que Iñaki nos habló de sus sueños, de lo que significaba para él la montaña, de los compañeros que había visto caer desde el techo del mundo, de las veces que él había estado a punto de hacerlo y cómo se había levantado. Yo le escuché con cierto desconfianza, nunca me ha atraído el frío, la nieve, el sufrimiento como superación, desafiar a la muerte por placer, cuando hay tanta gente que tiene que pelear por no perder la vida cada día. «¿Qué significan esos aros que llevas en las orejas, cada uno es un ochomil?» fue lo único que se me ocurrió preguntarle. Iñaki dijo: «no, en realidad no significan nada, simplemente me gusta llevarlos, sirven para definirme, para que determinadas personas vean que no tengo nada que ver con ellas», contestó. Para definirse, posicionarse, enfrentarse, ponerse en guardia frente a los enemigos… Esas eran sus armas.
Iñaki era un rebelde, sin nómina, ni hipoteca, queeligió no solo su propia vida, también su propia muerte. Uno puede morirse, en realidad, de muchas maneras, muerto de asco a causa de un trabajo seguro pero que odia, muerto de soledad en mitad de una ciudad repleta de muertos, muerto de puta casualidad (un accidente, cualquier locoque se cruza en tu vida…) un día cuando menos te lo esperas, muerto mientras observastus miembros, tu cabeza, tu corazón despedazados en varias cajas de cartón, sin saber que estás muerto… Iñaki murió muy cerca del cielo, o al menos muy lejos de la tierra, a 7.400 metros, en el Annapurna, y allá se va a quedar para siempre. Como quería.La mayoría de las personas nunca podrán hacer esa elección, y probablemente yo sea una de esas personas, pero al oír Forever Young me he sentido -por una vez- orgulloso de mí mismo,de no haberme rendido -y saber que nunca lo haré ya- de no haber dejado de luchar,nide esperar algo mejor para mí y, ahora,también para mis hijos; orgulloso de no haber bajado nunca la guardia, niarrojado la toalla para mis sueños, de no haberme apartado jamás de este camino, largo y tortuoso, pero que yo mismo he elegido y he trazado.