Ya tengo fechas para los dos libros que publicaré este año:
«¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis! Memorias de una estrella del porno -amateur-« (
Eutelequia), será un libro tórrido para el verano: aparecerá a finales de mayo.
Y
«Dios nunca reza» (Alberdania), a principios de septiembre.
Ahí van dos pildoritas de adelanto de cada uno de ellos
DIOS NUNCA REZA
Domingo 10 de agosto
El de hoy ha sido un domingo tranquilo, un domingo con periódicos, como en la canción de Andrés Calamaro. Por la mañana, he bajado con Urko al parque, es lo que suelen hacer los padres los domingos por la mañana, pasar más tiempo con sus hijos -y con los padres de otros hijos-, dar un respiro a sus mujeres, dejarles un par de horas libres para que se depilen (y librarse, en realidad, de ese modo de pasar el aspirador o limpiar los baños). Yo me he sentado bajo un árbol, mientras Urko se llenaba de arena las uñas y la ropa limpia, y he ojeado la prensa. El viernes empezaron los Juegos Olímpicos de Pekín. En uno de los periódicos, he visto una foto de varios soldados chinos, agitando banderas de su país. Son medio centenar, y en sus rostros se les ve orgullosos a unos, a otros enardecidos, incluso desafiantes, dispuestos a morir o matar por su patria o su presidente, pero yo me he fijado en uno de ellos, en una esquina, con la banderita arriada, descansando en su regazo, y la mirada perdida, el rostro estupefacto (quizás solo estaba tomando un respiro para agitar su bandera con más fuerza, pero he preferido imaginar que el soldado también se sentía extranjero, entre todos los demás ), y me ha parecido el más valiente de todos esos militares, hay que ser muy valiente para enfrentarte a tus dudas, para tener miedo cuando otros deciden que se debe ser audaz, que tu vida vale menos que el uniforme que llevas puesto, para pensar en la última vez que hiciste el amor con tu novia (y en la próxima que lo harás) mientras todo el mundo libre señala con el dedo y acusa al país que tú tienes que defender.
En el mismo periódico he leído, con titulares más pequeños, que al mismo tiempo que atletas de todo el mundo desfilaban tras su abanderados en la inauguración de los Juegos Olímpicos, Georgia y Rusia se declaraban la guerra, y soldados de esos dos ejércitos ya no empuñaban banderitas, sino fusiles, conducían tanques, bombarderos, y que ya han muerto más de dos mil civiles. Y en otro más, en una noticia de apenas unas líneas, que España ha aumentado en un 10% la venta de armamento a otros países.
¡OH, JANIS, MI DULCE Y SUCIA JANIS!
27- Breve auge y caída del porno-rock radikal vasco
En nuestro debut, en el concierto de la Txantrea, no pudimos estar mejor acompañados, tratándose de un grupo de porno-rock, pues nos pusieron de teloneros de La Polla Records y de Cicatriz en la Matriz. Supongo que más por ellos que por nosotros, cuando empezamos a tocar las txoznas estaban abarrotadas, yo miraba entre bambalinas –a través de una enorme ikurriña con el anagrama de las Gestoras Pro-Amnistía, que tapaba, a modo de telón, el escenario— y veía una jungla de cuero y tachuelas, con katxis de cerveza que la sobrevolaban y señales de un humo espeso y con un olor que alimentaba elevándose hacia el cielo y llamando a la revolución o a un pedo colectivo, no lo sabía muy bien.
Desde esa perspectiva daba un poco de acojone, pero nosotros también teníamos un as en la manga, y arrancamos nuestra actuación con “Quiero matar a polvos a un concejal de UPN”, la polémica canción de Las Perras en Celo. En ella yo salía vestido, de cintura para arriba, con el traje de la corporación municipal, con su chistera y todo, y, de cintura para abajo únicamente con una bandera de Navarra en plan pareo, cuyo escudo golpeaba con mi maza, como si fuera el mismísimo Sancho el Fuerte rompiendo las cadenas en la batalla de las Navas de Tolosa.
Mamen, de vez en cuando se acercaba a mí, ponía el culo en pompa y sacaba lustre al cuero de sus pantalones perfectamente ajustados, frotándose contra la bandera, tal y como habíamos ensayado en la bajera, pero ahora además, y eso no entraba en el guión, de vez en cuando agarraba mi maza y la apretaba con fuerza, e incluso en una ocasión hasta se agachó y le pegó un pequeño mordisco, como una auténtica perra en celo.
La cosa prometía.
Cuando acabamos el tema apenas hubo algunos aplausos, se escuchó algún silbido a lo lejos, y después se impuso un murmullo de risas nerviosas y cuchicheos. El público estaba desconcertado, eso era bueno, pero por desgracia rápidamente un grupo de enterados interpretó nuestro mensaje de una manera algo retorcida y empezó a corear goras a ETA.
—En ETA no se folla —les corté yo, acercándome al micrófono.