El amigo Exprai sigue rescatando los cuentos que me publicaron en mis sucesivas columnas de los suplementos juveniles de GARA durante cinco años -antes de que aquello acabara de malas maneras- y que si mal no recuerdo respondían (mis secciones)  a estos títulos: DIA D HORA H, DULCE VENENO y LA PEDRADA (que era el que más me gustaba). De entre todos aquellos yo hice una selección de 70 (o de 69 más uno) para La polla más grande del mundo, y deseché  otros tantos porque  aludían a asuntos de actualidad que yo suponía que no resistirían el paso del tiempo. Releyendo ahora muchas de aquellas columnas (aunque yo nunca las consideré como tales, sino como cuentos) veo que, tristemente, muchas todavía aguantan. Y es que algunas cosas nunca cambian, lamentablemente. 

 ¿COLEGAS?
—¿Si alguna vez me metieran en la cárcel vendrías a verme?– recordó la conversación, tantos años después.
—¿A la cárcel? Por Dios! ¿Qué has hecho?
Estaban sentados en una cafetería, junto a un ventanal por el que  culebreaban gotitas de lluvia. Algunas de ellas se encontraban y se  fundían, otras continuaban zigzagueando desesperadas. Todas terminaban  diluyéndose sobre el cristal. Diluyéndose como aquel amor que tanto le  hizo sufrir.
Ahora, al volver a verla, después de tanto tiempo, sabía que no había merecido la pena.
—Bah, déjalo, era una tontería– le contestó entonces,  aunque supiera que no, que no era ninguna tontería, que tarde o  temprano acabaría encerrado. Lo sabía y no podía hacer nada por  evitarlo. Del mismo modo que no podía querer a alguien que se  avergonzaría de ir a visitarle a la cárcel; o que las gotas de lluvia  que recorrían su camino en solitario trazaban rocambolescos caminos con  tal de llegar a su destino, a veces incluso arrastrando toda la suciedad  aparentemente invisible, pero acumulada sobre el cristal.
—Sigues igual que siempre– decía ahora ella.
A él le habría gustado corresponderle, pero no pudo, ni siquiera por  cortesía. Y no se trataba sólo de ella. Todos sus antiguos compañeros de  la facultad de periodismo le parecían mayores, aunque él también  hubiera echado barriguita y el corazón le hubiera dado algún que otro  aviso. Era algo más, algo que les hacía parecer terriblemente cansados y  avergonzados y derrotados, y que no podían disimular ni siquiera con  los méritos profesionales de los que alardeaban en los corrillos que  formaban.
Cada vez que él había intentado incorporarse a uno de ellos se había  producido un inoportuno silencio. No le sorprendía. Antes de presentarse  en la reunión de antiguos alumnos sabía que habían intentado por todos  los medios que él no acudiera. Se había enterado a través del artículo  de uno de sus compañeros en el que declaraba una tregua a otro  articulista, también presente, con el que pretendía rivalizar, cuando  ambos se sentían muy orgullosos de sostener con sus respectivas  columnas, desde extremos perfectamente equilibrados, el peso de la  opinión pública. Aquella comida era un gesto de fraternidad, un  encuentro entre colegas.
A él, sin embargo, no le consideraban como tal, pues nadie le había  llamado. Como nadie lo hizo cuando lo quitaron de en medio, tras  publicar varios reportajes molestos. Había llegado demasiado lejos.  Hasta la raíz. Y había visto que estaba podrida. Ya entonces sabía que  si la tocaba todos los nervios del árbol se resentirían. Y sin embargo  no pudo evitarlo. Hizo lo que debía, aunque supiera cual era el precio  que debía pagar.
Nadie, por supuesto, ningún compañero, fue a visitarle a la cárcel. Ellos también formaban parte del árbol.
Nadie, ni siquiera ella.
—No has cambiado nada – continuaba halagándole ahora, sin embargo.
Pero después, a la hora de sentarse a cenar, le evitó, prefirió hacerlo entre el resto.
Él hubo de colocarse en una esquina de la mesa. Lo cierto que a él  tampoco le apetecía nada acudir a aquella comida. Pero al igual que,  como una premonición, cuando decidió que quería ser periodista supo que  tarde o temprano acabaría entre rejas, también había imaginado durante  mucho tiempo aquel reencuentro, y lo había imaginado exactamente así,  regresando al rebaño convertido en una oveja negra. Eso era todo lo que  quería. Comprobar que era distinto a ellos. Que para él tampoco eran  colegas. Que ese algo que les hacía parecer cansados y avergonzados y  derrotados, era el lastre de sus propias conciencias sobre las espaldas.  Confirmar, cada vez que la sorprendía a ella, mirándole de reojo,  añorando todo cuanto echó a perder a cambio de la triste, cobarde  tranquilidad de su vida, que no había merecido la pena. Que ninguno de  sus antiguos compañeros merecía la pena y que aunque también le miraran  de vez en cuando, el brillo con el cual pretendían armar sus miradas no  era de desprecio, sino de una envidia que se les disparaba hacia dentro  de sí mismos



 
 
				
		
		
		
		
				
		
		
		
		      
				
Hace unos días hablábamos de los señores del dinero, los amiguitos del rey, los que se reúnen con Zapatero para solucionar la crisis, y al poco, ¡toma!, privatizaciones, recortes sociales… Un gobierno que deja desprotegidos, que sacrifica a quienes más expuestos están a la pobreza da mucho miedo. Después, dentro de tres o seis meses, los sindicatos convocarán una huelguita general, y si alguien grita un poco más de lo que esté en el guión le llamarán antisistema, o pactarán unos servicios mínimos para que haya huelga, sí, pero el que quiera trabajar pueda llegar a la hora… Aquí los únicos que hacen huelgas salvajes son los pijos, y de un plumazo los someten a la justicia militar. Y todo el mundo plas, plas, plas… Eso también, a mí por lo menos, me da mucho miedo. Un gobierno que  no gobierna para las personas, sino para los mercados, que lo hace a decretazo limpio, que no duda en militarizarse cuando las cosas se ponen feas… Eso antes  se llamaba de otra manera ¿no? (por cierto, que puestos a ahorrar y a hacer recortes, es un clásico y si lo mentas pareces un jipi trasnochado, pero ahí está, ¿qué pasa con con los miles de millones de euros que chupa el ministerio de defensa -o los que se desvían o maquillan en partidas de otros ministerios y que son igualmente gastos militares-).
Vete tú a saber, si en la proxima huelguita general los antisistema rompen muchos escaparates lo mismo sacan los tanques a la calle o proclaman el estado de excepción.
De todos modos ¿a quién le importa eso? La gente está muy distraída y muy contenta haciendo cola para adorar la Copa del mundo en El Corte Inglés y sacarse una estampita con ella. Lo único que falta para que se complete la Santísima Trinidad es que les amenicen la espera con una tele encendida y un programa de esos en los que gritan. Ya lo decía El Drogas el otro día. Sabemos más de la biografía de Belén Esteban  que de las nuestras abuelas. Y así nos va.
 
				
		
		
		
		
				
		
		
		
		      
				 
 
  
  
En abril publicaré una novela de lo más gamberra -me parece a mí- en una nueva editorial madrileña, Eutelequia, al frente de la cual hay una editora extraña, que te mima, te cuida, te anima, te llama, cree en ti… Su proyecto, en el que además hay embarcados unos cuantos amigos, promete mucho y estoy muy contento de formar parte de la tripulación. Estas son las novedades en la sección de narrativa (además tiene otra de filosofía de lo más interesante, que ya lleva algún tiempo rodando y que podéis ver aquí: www.eutelequia.com).  

Diario   de un escritor delgado es la historia de un hombre ingenuo y primitivo   que unos días contempla la vida desde el optimismo más beligerante y   otros desde el más profundo desaliento. Sobre unas cosas parece tener   las ideas muy claras, sobre otras no tanto, pero su peculiar sentido de   la realidad siempre le está empujando a dejar testimonio de todo.   Cualquier incidente cotidiano, por insignificante que pueda parecer, le   sirve como excusa para ejercitar el lenguaje achulado y en ocasiones   barriobajero que le caracteriza, y mientras se cuenta a sí mismo sus   andanzas y chismes íntimos, aprovecha para hacer una crítica, a pequeña   escala, del mundo mediocre y ruin que le rodea, disparando en todas   direcciones sin pensar en las consecuencias. De modo que al final,   entre introspección y autoexamen, nuestro escritor delgado consigue   enhebrar sus anotaciones para que el anecdotario del día a día acabe   cobrando forma de memoria imaginada.
Cuento   kilómetros podría ser el diario de un navegante del S. XVI adaptado a   nuestro tiempo, un cuaderno de bitácora contemporáneo, pero, en   realidad, este compendio de relatos conectados entre sí por distintas   voces narra la historia de una pareja que rompe la secuencia   espacio-tiempo para fundir sus almas en una sola y viajar lejos, muy   lejos. Mario Crespo construye una ficción con entidad de novela mediante   relatos cortos que se articulan en torno a las aventuras del personaje   de Claudio Rivera y donde el propio autor entra y sale de la narración   en un inquietante juego entre la ficción y la realidad de sus  vivencias.
Asco   cuenta el periplo de una familia a bordo de un crucero por el   Adriático, el mismo barco en el que una vez viajó el escritor David   Foster Wallace para elaborar uno de sus más célebres reportajes. Durante   la travesía, en la que atracan en las costas de Grecia, Croacia e   Italia, el narrador empieza a sentir aversión hacia el comportamiento de   muchos pasajeros, contaminados por la gula y la falta de respeto.
Asco   es una diatriba visceral contra el consumismo y la mala educación,   contra todo lo que hay de simple y de egoísta en el hombre. Relato   inclasificable, novela que juega con el diario, el ensayo y el libro de   viajes, es la última obra narrativa de José Ángel Barrueco.
Pascual   se levanta de la cama y descubre que no puede apoyar el pie izquierdo.   El médico le dice que sufre una calcificación del talón de Aquiles.   Meses después, cuando lo del pie parece que se ha solucionado, el   testículo empieza a darle problemas. Entonces cae en la cuenta de que   una serie de lesiones y enfermedades que está sufriendo (infección de   muelas, contracturas, roturas de huesos, pérdida de visión y de   audición, trastornos en el estómago…) se localizan curiosamente en el   lado izquierdo de su cuerpo. Analizando la situación llega a la   conclusión de que ese lado izquierdo es el que más próximo está de su   mujer a la hora de dormir, y que quizá todo se deba a su influencia   maligna. Podrían pensar ustedes que eso es algo demencial, pero no   conocen a su mujer, Norma, ni sus Leyes Fundamentales escritas en un   cuaderno de hule azul.
Así comienza esta hilarante aventura de un hombre a la búsqueda de su destino.
Abriéndolo   al azar, en La métrica del olvido escucharemos todo un coro de voces  en  cualquiera de sus páginas. Aquí resuena el dolor punzante que se   provocan las parejas, los comienzos de un romance que nunca llega a   consumarse, los enredos de un acusado, las confesiones de los anacoretas   de hoy, las reflexiones filosóficas de un prisionero antes de ser   ejecutado, los suspiros y anhelos de mujeres despechadas, la búsqueda de   uno mismo en los otros, los aullidos hacia una posibilidad de amor   siempre en el horizonte o las respuestas duras y certeras de un escritor   ante las impertinencias del reportero. Al adentrarnos en sus relatos,   sentiremos la obsesión que transmite un lenguaje afilado donde el  estilo  se convierte en contenido, todo ello bañado con la espuma del  humor,  enriquecido con un acondicionador de ironía, perfumado con los  fluidos  del sexo y, por fin, desinfectado de la trivialidad con litros  de  alcohol. Relatos que permanecerán siempre actuales en una  espontaneidad  expresada con la palabra digna y orgullosa de ser ella  misma.
En   los años 80, Dick Grande, un barrendero “heavy” de Pamplona se   convierte accidentalmente en estrella internacional del porno. ¿El   secreto de su éxito? Su privilegiada herramienta de trabajo (la   “blakandeker”), sí, pero sobre todo su aspecto de hombre vulgar:   tirillas y difícil de ver, cuando aparece en sus películas haciendo el   amor con las mujeres más hermosas del mundo, los hombres solos, tristes y   rotos creen que pueden ser como él. Dick Grande recorre los santuarios   secretos del porno “amateur” —La Habana, París, Bangkok, Manila,  México  DF…—, funda un movimiento musical (el porno-rock radikal vasco),   financia involuntariamente con sus películas una guerrilla maoísta…  Pero  él también es un hombre insatisfecho, que solo persigue   desesperadamente el corazón de la mujer que le introdujo en el mundo del   porno: la dulce y sucia Janis. Brutal y tierna, soez y poética, animal   y, por ello, terriblemente humana, ¡Oh Janis, mi dulce y sucia Janis!  se  convierte, bajo la apariencia de una novela de género (erótico) en  un  pimpapúm social que no deja títere con cabeza y un artefacto  infalible  para hacer reír a mandíbula batiente mientras una pantera  resopla en  nuestra entrepierna. Por fin una novela atrevida (que antes  fue  novela-blog y recibió medio millón de visitas), escrito a tumba  abierta  por un autor valiente para lectores valientes cansados de leer  solapas  de libros que nunca cumplen lo que prometen.