Este es mi primer libro. 1989. Veinte añicos, tenía. Diez cuentos, escritos entre los 16 y los 19. Y un premio, para empezar. 75.ooo pesetas. Me las dieron en un sobre. Bueno, en realidad solo había 25.000 y tuve que reclamar el resto. Unos años después, en un periódico leí que habían procesado al concejal que me entregó el premio, por malversación de fondos. El caso es que con aquel dinero y aquel premio y mi primer libro publicado yo me las prometía muy felices. Han pasado otros veinte años, y una docena de libros, y más pena que gloria, y uno a veces se pregunta «total, ¿
pa qué?». Me pregunto también sino no habré vivido engañado todo este tiempo, si no tendré talento sino solo afición, si los demás se reirán de mí, «mira, uno que se cree escritor», si alguna vez dejaré de esperar el golpe de suerte, o si me conviene hacerlo, poner los pies en la tierra…
No lo sé.
«La línea amarga», el cuento de arriba, es el primer cuento que escribí con intención estética, o algo así. Tenía 16 años. Antes, claro, estaban las redacciones de los viernes, los cuadernos garabateados en casa, llenos de monigotes… Entre los 16 y los veintitantos escribí cuentos por un tubo. Unos trescientos. De los primeros de todos, los diez de «Cuentos de color gris» son una buena muestra. Ahora los leo y me da vergüenza, los errores, la grandilocuencia, la autodestrucción y el victimismo adolescente, pero también están la frescura, la rabia, el descaro… En esos cuentos creo que se apunta mucho de lo que ha venido después. Es pura arqueología, que seguramente a nadie más que a mí interese (aunque por si acaso, lo cuelgo, quién sabe; creo que en realidad escanearé y colgaré el libro completo, que es una rareza, difícil de encontrar -podría haberme inventado, incluso, ese premio, y ese libro). Pero no, con las 75.000 pesetas me fui a un viaje de estudios a Marruecos, para el que no tenía dinero (yo nunca he tenido dinero). Incluso eso me ha pasado después, con otros premios y libros. La literatura no me ha dado para vivir, pero me ha permitido viajar.Y están también, en esos cuentos, la tristeza, el humor, la preocupación social, el gusto por los personajes hechos añicos, por los débiles, por los derrotados y por los que siguen luchando… Suena pomposo y manido, como una solapa promocional, pero creo sinceramente que es así, que eso forma parte muy importante y muy definida de mi obra. (Mi obra ¡ooooh!).
En fin, si alguien le interesa solo tiene que pinchar en las imágenes de arriba. Buenas noches, amigos, y gracias por estar ahí.
Me he acordado de este párrafo de abajo, perteneciente al diario que bajo el título «Dios nunca reza» publicaré el año que viene y que escribí hace dos años, me he acordado de él , decía, estos días, en que los pobres banqueros vuelven a llorar, hablan de precolapso financiero, ya se sabe, quien no llora no mama, y ya les salió bien una vez, acudieron a su rescate, les echaron un salvavidas, mientras los demás nos íbamos hundiendo más y más; estos días en los que el presidente se reune con los superempresarios, los señores del dinero, para buscar soluciones, y las soluciones que estos proponen son siempre que apechugen los de abajo, que se aprieten ellos el cinturón, que se jodan, nosotros tenemos que seguir con la maquinaria en funcionamiento, llenando la caja (por cierto, ¿para qué se reúnen los señores del dinero también con el rey, qué pinta ese hombre en todo esto, qué tiene él que decidir?); estos días, en que los señores de la guerra juegan a soldaditos en el mar amarillo, las guerras, ya se sabe, reactivan la economía, unos miles de cadáveres también sirven para alimentar la máquina; en estos días ya demasiado largos y grises, en que el capital se rearma, la tecnología desplaza a los corazones, en esta época en la que tengo la impresión de que estamos perdiendo algo, de que algo se desintegra, se descompone, y mientras nos hundimos solo miramos, sin movernos, sin reaccionar, como vacas en un matadero, esperando quizás que «pase» algo que «alguien» alce la voz, que dé un manotazo y arrebate los salvavidas a quienes a la vez nos han arrojado al agua …
El diario, lo escribí, como digo, hace dos años, entonces la crisis solo era una palabra que empezaba a oírse, que eran otros quienes pronunciaban, que se oía a lo lejos… Después perdimos nuestros trabajos, y antes de perder nuestros trabajos ya habíamos perdido, nos había arrebatado poco a poco todo lo demás, la sangre, la rabia, la capacidad de pensar por nosotros mismos, las horas de filosofía en los planes de educación, los días de indemnización por despido… Me pregunto si alguna vez perderemos -tal vez sea lo que necesitamos- también los nervios.
Domingo 20 de julio de 2008
En los últimos días se han fundido tres o cuatro bombillas de la casa. Es como si esta intuyera que se acaba un ciclo, que vamos a apagar la luz dentro de poco. Claro que nosotros le damos pistas, ya no limpiamos tan a menudo como antes, acumulamos en las habitaciones, a la vista, trastos que normalmente suelen estar escondidos… Es su pequeña venganza. Además, hace unos días la goma de la puerta del balcón, que había aguantado cinco años suspendida en una posición inverosímil, se despegó definitivamente. Y la pintura de una esquina de techo del cuarto de estar ha comenzado a abombarse.
Así que también intentamos engañarla, por ejemplo, comprandole algún juguete a Urko, que se sume a todos los que hay en su habitación, para hacer creer a esta casa rencorosa y posesiva que no tenemos que trasladarnos dentro de unos días, que todavía hacemos lo que se hace con las casas, llenarlas de cacharros inútiles, como retales de una vida que se va consumiendo y renovando día a día.
El último juguete, ayer, fueron unos muñequitos que representan a los personajes de Peter Pan. Todo un éxito. Urko no ha parado de inventar historias con ellos. Esta mañana incluso, no quería ir a una exposición sobre Mortadelo y Filemón a la que le habíamos prometido llevarle hace ya varios días, antes de San Fermín.
-No, porque luego se me olvida a qué estaba «juegando»- ha protestado.
Y me ha recordado a mí cuando era pequeño, la manera en que me sumergía en mundos imaginarios, desconectando por completo de la realidad, creando la mía propia, mi propia medida del tiempo; mundos de los que no quería salir, porque no sabía si volvería a encontrar el camino de regreso hacia ellos; mundos que se desvanecen para la mayoría de las personas conforme se convierten en adultos. Otros, por el contrario, nos resignamos a crecer, a dejar de ser peterpanes. Escribir, por ejemplo, es solo un juego, la manera en que un hombre de (casi) cuarenta años pueda seguir trasteando todavía con sus geypermanes o sus clicks de Famobil sin resultar ridículo. Me pregunto si Ibáñez, el creador de Mortadelo y Filemón, se habrá sentido alguna vez ridículo, al pintar sus monigotes. Supongo que no. Hacer reír es algo muy serio. Y él nos ha hecho reír, nos hace reír todavía de lo lindo. Me ha emocionado ver en la exposición (a la que finalmente hemos ido permitiendo a Urko llevarse sus muñequitos) los primeros originales de Mortadelo y Filemón (que al principio llevaba un gorrito y fumaba en pipa), poder ver los trazos de lápiz bajo la tinta china, las correcciones con tipex, los pedacitos de papel con los diálogos escritos a máquina, cortados y pegados sobre la historieta… Pura arqueología del tebeo.
La exposición, además, era en la Fundación Buldain, un pequeño chalet en Huarte (el pueblo de mi madre), dedicada a Patxi Buldain, pintor, desertor y ácrata, que huyó a Francia durante la posguerra. Buldain, en París, alternó con Picasso, Camus, Jacques Brel, fue uno más entre ellos. Pero en Huarte todo lo que saben contarte sobre él (incluso mi madre, a pesar de que el pintor vivió durante algún tiempo en la planta superior de su casa) es que Patxi era un rojo, y que escapó para librarse del servicio militar. Supongo que Buldain cruzó la frontera no solo por ello (una razón más que suficiente), sino también para dejar atrás un país gris, castrante, en el que se trataba a todos como a niños pequeños pero a los que no se les permitía jugar.
Algo ciertamente cruel, porque los niños tienen todos la capacidad innata de crear, de inventar. Y creo que hoy, como entonces, todo parece preparado para despojarles de ella a medida que se hacen mayores, para convertirlos en hombres y mujeres sin otra función que la de producir, consumir, exclusivamente para que puedan conseguir una profesión que desempeñar con precisión mecánica, y obtener un buen sueldo, para hacerles creer que con él pueden comprar todo, incluso los mundos imaginarios que les están arrebatando, reduciendo a escombros..
Todo el mundo en la calle habla de crisis, crisis económica, pero las crisis las crean y las destruyen, les marcan los tiempos, perfectamente, los bancos, los gobiernos, las multinacionales. Nadie, sin embargo, habla de esa otra crisis terrible, que permite que los niños se hagan mayores sin saber apreciar las marcas de lápiz bajo la tinta china. Es como si la casa en que viviremos dentro de unos años también comenzara a quedarse a oscuras, vacía, o fuera a llegar a ella un inquilino que derribara las paredes, sin licencia de obra, sin saber donde están las vigas maestras.
El Drogas y Patxi Lasa, del París365, dos viejos rockeros, dos personas inmensas
Este libro nos está regalando momentos, gestos, personas que no tienen precio… Como ha dicho en alguna ocasión mi compadre en esta aventura,
Esteban Gutiérrez, quizás podamos cambiar el mundo con simpatía. O quizás no, pero eso que ganamos. Nunca viene mal un poco de buen rollo. La simpatía que recibimos a veces llega desde personas y lugares insospechados, bizarros incluso, desde
Chimo Bayo (que entrevistó a Esteban el día de la presentación en Madrid, por teléfono, en el «camerino del humo» del Gruta 77) al
lehendakari, que recomendó nuestro libro en su blog.
Es impagable, también, la generosidad de personas más cercanas, todos los grupos que lo han dado todo por nada, durante estos días, viajando, tocando por la cara, de los que nos han cedido las salas, o nos han dejado sus casas para dormir. Puf, ¿cómo se da las gracias por todo eso?
Hoy ha sido la presentación en Pamplona y todo ha seguido por ese mismo y tan hermoso derrotero. No sé desde fuera cómo se habrá percibido, pero para mí ha sido una presentación emotiva, esa es la palabra. El comedor se ha llenado de gente. Prensa, poca, porque coincidía con «algo» mucho más importante en el parlamento de Navarra. Otro día hablaremos de eso (de los medios de comunicación y la manera de cubrir las noticias: todo entra al mismo saco, si toca un día en que hay poco movimiento, bien, si no, te jodes, la cara de un político o de un futbolista siempre vende más que la de un rockero o un escritor, y para retratarlas todas solo tenemos un fotógrafo), pero bueno, lo dejamos para otro día y que no nos amargue este tan chulo de hoy. Con todo, ha venido una chica de EFE y la noticia ya la han rebotado que se sepa en
ABC y
Diario de Navarra, que, oye, no está nada mal.
Pero lo que de verdad cuenta es la gente que se ha acercado al París. Siempre nos quedará París (365). Había por allá amigos, viejos rockeros y muchos voluntarios del comedor. Gente admirable. A veces siento un poco de vergüenza cuando digo que el libro es solidario, me parece que «utilizo» eso, que es un gancho. Lo que nosotros hemos hecho es tan poquito al lado del trabajo de esta gente, desinteresado, todos los días. Nosotros nos estamos divirtiendo. Ellos están poniendo un plato de comida caliente, tres veces al día, a gente que lo necesita.
Hoy, también, ha estado en la presentación
El Drogas, un auténtico héroe del rocanrol, y no solo -que si- por su trayectoria, sino por su humanidad. Siempre dispuesto a echar una mano, a apoyar, a darlo todo. El Drogas se ha venido hoy con su guitarra y ha cantado dos canciones, una de ellas que ha compuesto o ha rematado, de camino, en el coche. Yo estaba sentado a quince centímetros de él. No me lo podía creer. Escucharlo ha sido, ha sido… la hostia. Tocar el cielo. Con la voz rota, por un concierto el martes en Orihuela, en el centenario de Miguel Hernández, a mí me ha sonado divino. Otro más de esos momentos que no tienen precio. Lo he grabado con la cámara digital (espantosamente) y quién sabe, quizás lo suba a este blog, si sé cómo se hace y si a Enrique le parece bien.
No sé qué más decir. Muchas gracias a todos. Y simpatía, sí, Esteban, cambiemos el mundo con simpatía, no se me ocurre una manera mejor de hacerlo.