VIAJES (XI): POLO MONTAÑEZ (La Habana)
Tras regresar de Filipinas y Papúa Nueva Guinea y publicar un par de reportajes sobre el basurero en magazines semanales de periódicos (no sin dificultad; en muchas redacciones nos dijeron que a la gente no le gustaba ver desgracias los domingos mientras desayunaba), me convertí en un «experto» en viajes y me encargaron una guía turística sobre La Habana y Varadero (que digo yo que para experto, podían habérsela encargado a un periodista habanero; de hecho debo mucho de esa guía a un plumilla que conocí allá casualmente -y gracias al que conseguí encadenar otro viaje, este a Tailandia-. Estuve un mes dando vueltas por la capital cubana, donde, por aquella época, era inevitable escuchar, en los bares, las tiendas, desde las casas, la música de Polo Montañez, del que todo el mundo hablaba con respeto y con cariño, después de su trágica y premonitoria muerte. Compré sus discos a dos jineteros en la calle Obispo, y los escuché con ellos, para que comprobara que el disco, aunque pirata se escuchaba perfectamente, y mientras lo hacíamos los muchachos me mostraban el vello de sus brazos erizado, sobre todo al oír La última canción. Sobre ella, y sobre Polo Montañez, escribí lo siguiente:
LA ÚLTIMA CANCIÓN
Hacía tanto tiempo que no me cansaba de escuchar un disco, una y otra vez, una y otra vez… Como una obsesión. Como cuando me aprendía de memoria las letras de las canciones (o las traducía del inglés al guachiguachi). Uno comienza a hacerse viejo cuando descubre que Triki ya no es el monstruo de las galletas sino un cantante inglés.
Pero ahora Polo Montañez ha llegado para rejuvenecerme el corazón con sus canciones sencillas y desesperadas. Suenan en todos los bares de La Habana, en los bicitaxis, o desde las azoteas de los viejos edificios. Venden sus discos en el top-manta cubano los jineteros. Todos, viejos y jóvenes, le adoraban incondicionalmente cuando estaba vivo y lo han convertido en un mito de la música cubana ahora que murió.
La historia de Polo Montañez contiene ciertamente todos los componentes del mito. Hijo de un leñador, aprendió de manera autodidacta a acariciar con sus dedos gruesos de campesino las cuerdas de una guitarra y a cantarles de una manera natural a las cosas sencillas y trascendentales de la vida. Lo hacía en un garito para turistas por el que, como en las películas, cayó por casualidad un representante que se lo llevó para Colombia donde de un día para otro vendió 400.000 discos. Ya de regreso a Cuba Polo se convirtió en un fenómenos de masas. Y de repente, en el momento álgido de una fama que nunca se le subió a la cabeza ni le hizo olvidar quien era, un guajiro natural, murió en un desgraciado accidente de tráfico. Sólo 15 días antes había escrito «La última canción», un tema que pone en piel de gallina el corazón, y en la cual Polo vaticina que el último minuto de su vida debe de ser extraño, romántico y amargo. Polo, Polito, gracias por todo y ojalá que allá, estés donde estés, de una vez, la suerte vaya a visitarte.
Hacía tanto tiempo que no me cansaba de escuchar un disco, una y otra vez, una y otra vez… Como una obsesión. Como cuando me aprendía de memoria las letras de las canciones (o las traducía del inglés al guachiguachi). Uno comienza a hacerse viejo cuando descubre que Triki ya no es el monstruo de las galletas sino un cantante inglés.
Pero ahora Polo Montañez ha llegado para rejuvenecerme el corazón con sus canciones sencillas y desesperadas. Suenan en todos los bares de La Habana, en los bicitaxis, o desde las azoteas de los viejos edificios. Venden sus discos en el top-manta cubano los jineteros. Todos, viejos y jóvenes, le adoraban incondicionalmente cuando estaba vivo y lo han convertido en un mito de la música cubana ahora que murió.
La historia de Polo Montañez contiene ciertamente todos los componentes del mito. Hijo de un leñador, aprendió de manera autodidacta a acariciar con sus dedos gruesos de campesino las cuerdas de una guitarra y a cantarles de una manera natural a las cosas sencillas y trascendentales de la vida. Lo hacía en un garito para turistas por el que, como en las películas, cayó por casualidad un representante que se lo llevó para Colombia donde de un día para otro vendió 400.000 discos. Ya de regreso a Cuba Polo se convirtió en un fenómenos de masas. Y de repente, en el momento álgido de una fama que nunca se le subió a la cabeza ni le hizo olvidar quien era, un guajiro natural, murió en un desgraciado accidente de tráfico. Sólo 15 días antes había escrito «La última canción», un tema que pone en piel de gallina el corazón, y en la cual Polo vaticina que el último minuto de su vida debe de ser extraño, romántico y amargo. Polo, Polito, gracias por todo y ojalá que allá, estés donde estés, de una vez, la suerte vaya a visitarte.
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