Para JAB
El próximo día 15, en la Biblioteca de San Jorge (Pamplona) intentaré contar algo (habla alto y despacito, que no se te oye y cuando se te oye no se te entiende, me dice mi mujer) sobre el mundo laboral -creo que me centraré en las fábricas- reflejado en la literatura. No sé muy bien en realidad qué es la literatura obrera, como dice Kiko Amat ¿la que la escriben los obreros cuando no están en la cadena de producción? ¿y si estos escriben, no sé, libros en los que los personajes llevan un fular con cuadros y beben martinis con aceituna en la cubierta de un yate? ¿Eso es también literatura obrera? ¿Lo es cuando los protagonistas son trabajadores altamente concienciados con su clase proletaria, o embrutecidos por el alcohol, o explotados en turnos de doce horas, pero a los que ha mirado como a bichos por un microscopio escritores que no han cogido en su vida un martillo, ni siquiera de caramelo?
Complicado.
Lo mejor, pues, será centrarme en lo que yo mismo he escrito, contando mi propia experiencia como operario, y repasar y leer algún pasaje de algún que otro libro que me ha gustado (Ultima salida para Brooklyn, en concreto el cuento de la huelga; algunos relatos de Bukowski y de otros ilustres empleados de correos, como Henry Miller, el padre albañil de Fante, Amor y basura, de Ivan Klima -yo también fuí barrendero unos meses…).
Y probablemente algo que también diga, o debiera decirlo, en esa charla, es que buena parte de mis amigos escritores, son también curriquis, trabajadores, vendedores de zapatos, teleoperadores, albañiles… José Angel Barrueco vendió entradas en la taquilla de un cine, hizo de señalista en carreteras… Y tras conseguir un brillante currículo en esas lides con el que adornar las solapas de sus libros, se convirtió en un auténtico obrero de la literatura, al que todos sus amigos escritores y lectores envidiábamos: columna diaria en un periódico local, en Zamora, para el que escribía desde Madrid, totalmente a su pedo (hablando de libros, pelis, de gente que se encontraba en la calle o conversaciones que pillaba al vuelo en ella). 3100 columnas en casi diez años. Hace unos días a JAB, como lo conocemos sus amigos, lo despidieron de ese periódico, le movierton la silla, al llegar una nueva directora. Hablan de crisis, no sé, puede ser, pero lo han botado de muy malos modos, y eso ya dice mucho. JAB es un escritor de la clase obrera y vivir como un señorito, escribiendo en los periódicos no está bien, esa silla la debe ocupar alguien con una apellido más bonito, más de todalavida, o un padrino, o con un estómago bien agradecido. Hay cosas que dan mucho asco, y que no cambian, la igualdad de oportunidades es un cuento, mucho talento se desperdicia porque antes que nada, hay que comer, igual en Mozambique hay escritores en potencia cojonudos, pero nunca van a llegar ni siquiera a leer un libro, y aquí cualquier niño de papá chupapollas, no importa que no sepa hacer la o con un canuto, puede conseguir que se muevan las sillas, hasta encontrar acomodo en la que más le guste, da igual si para eso hay que desalojar a quien las ocupa por méritos propios. El mundo es para los lameculos, para los cobardes, para los esquiroles, para los pijos…
Por lo demás, en este país, eso también lo dice Kiko Amat no es que no haya escritores que procedan de la clase obrera, es que los que lo hacen y llegan, acaban olvidándose pronto de donde vienen, y escribiendo y opinando para quién les compra. Y a los que no lo hacen se los cargan, como a JAB. Y yo con estas cosas es que no puedo, me enciendo, tal vez me debiera callar, cuando estás desorientado y aturdido y braceas en el aire, solo te haces más vulnerable, consigues que te golpeen otra vez, pero siempre cabe la posibilidad de que te vuelvas peligroso, de que tú sueltes alguna… Y sobre todo uno, se queda al menos, tranquilo consigo mismo.