MI PAPÁ ME MIMA
Así se llama la página de humor que desde hace tres años escribo para la revista de bebés Guía del niño, en la que voy contando mis aventuras con mis dos hijos. Esta es una de las colaboraciones, y el de la foto de arriba, mi hijo Hugo (H, en las columnas), que ahora tiene cuatro años pero ha estado muy interesado desde pequeño por los libros de su aita.
¿GRANITO O SILESTONE?
Desde hace unas semanas llevo unas barbas que ni el Conde de Montecristo. Nuestra agenda familiar es una mazmorra y no nos deja ni un huequito por el que fugarse al centro comercial a comprar una máquina de afeitar nueva (la anterior la descuajeringó H convirtiendo a todos sus peluches en una banda de skin-heads). Un día toca matrona o ecografía, al siguiente hay que ir a mirar cocinas, entre medio nos olvidamos a nuestro hijo en el colegio (¡uy, pero si hoy es miércoles!) y mientras tanto el Euríbor sigue pareciéndose cada vez más a un lobo feroz que soplará y soplará y nuestros ahorros derribará.
La hora de hipotecarse ha llegado antes de lo previsto: nos han adelantado medio año la entrega del piso (hasta ahora vivíamos de alquiler).
-¡Qué suerte!- dice la gente, pero a nosotros nos hubiera venido mejor que la burbuja inmobiliaria explotara después de que nazca nuestra nena o decidamos si granito o silestone para la encimera. Así que solemos contestar:
-¡Pobre H!- porque su vida va sufrir un pequeño cataclismo: casa nueva, cole nuevo, hermanita nueva. Aunque en realidad donde dice H lo que hay que leer entre líneas «pobres de nosotros». Un niño de tres años está acostumbrado a que su vida sea como tirarse cada mañana por un tobogán que no se sabe a donde va a parar: se duerme en unos sitios y se despierta en otros; sobrevive tranquilamente al grave trastorno bipolar que supone llevar un día lleva una camiseta de los Ramones (si lo visto yo) y otro (si lo viste su madre) un jersey con rombos; y sobre todo no se hace preguntas del tipo ¿nos llegará para la casa, el comedor, la guardería de la niña, los tres menús que ya hay que pedir en los restaurantes?
Sí, todo es muy raro en este preámbulo a nuestra vida nueva. Por ejemplo, Malen se ha convertido en un fantasma, que por las noches deambula de dormitorio al sofá, y a la que nunca encuentro cuando me vuelvo para abrazarla en la cama. Supongo que resulta difícil acompasar el sueño cuando llevas dentro de tu cuerpo una personita que decide despertarse (y convertir tu barriga en un «puching-ball») justo a la hora que tú te tienes que acostar.
-¿Pero por qué no puedo tener yo un bebé tranquilito, que duerma por las noches de un tirón, que no tenga cólicos ni la piel atópica, que le quite el chupete de un día para otro y el pañal en una semana?- se lamenta, y anticipa acontecimientos, Malen. Y yo trato de consolarla:
-¿Por qué entonces no sería un bebé?
Nuestra nueva vida, en definitiva, se avecina llena de interrogantes y misterios. Yo mismo, a veces me miro al espejo y me pregunto ¿quién es ese barbudo?, pero inmediatamente veo a un tipo que sonrié, y me reconozco, satisfecho, a mí mismo. A pesar del Euríbor.
Desde hace unas semanas llevo unas barbas que ni el Conde de Montecristo. Nuestra agenda familiar es una mazmorra y no nos deja ni un huequito por el que fugarse al centro comercial a comprar una máquina de afeitar nueva (la anterior la descuajeringó H convirtiendo a todos sus peluches en una banda de skin-heads). Un día toca matrona o ecografía, al siguiente hay que ir a mirar cocinas, entre medio nos olvidamos a nuestro hijo en el colegio (¡uy, pero si hoy es miércoles!) y mientras tanto el Euríbor sigue pareciéndose cada vez más a un lobo feroz que soplará y soplará y nuestros ahorros derribará.
La hora de hipotecarse ha llegado antes de lo previsto: nos han adelantado medio año la entrega del piso (hasta ahora vivíamos de alquiler).
-¡Qué suerte!- dice la gente, pero a nosotros nos hubiera venido mejor que la burbuja inmobiliaria explotara después de que nazca nuestra nena o decidamos si granito o silestone para la encimera. Así que solemos contestar:
-¡Pobre H!- porque su vida va sufrir un pequeño cataclismo: casa nueva, cole nuevo, hermanita nueva. Aunque en realidad donde dice H lo que hay que leer entre líneas «pobres de nosotros». Un niño de tres años está acostumbrado a que su vida sea como tirarse cada mañana por un tobogán que no se sabe a donde va a parar: se duerme en unos sitios y se despierta en otros; sobrevive tranquilamente al grave trastorno bipolar que supone llevar un día lleva una camiseta de los Ramones (si lo visto yo) y otro (si lo viste su madre) un jersey con rombos; y sobre todo no se hace preguntas del tipo ¿nos llegará para la casa, el comedor, la guardería de la niña, los tres menús que ya hay que pedir en los restaurantes?
Sí, todo es muy raro en este preámbulo a nuestra vida nueva. Por ejemplo, Malen se ha convertido en un fantasma, que por las noches deambula de dormitorio al sofá, y a la que nunca encuentro cuando me vuelvo para abrazarla en la cama. Supongo que resulta difícil acompasar el sueño cuando llevas dentro de tu cuerpo una personita que decide despertarse (y convertir tu barriga en un «puching-ball») justo a la hora que tú te tienes que acostar.
-¿Pero por qué no puedo tener yo un bebé tranquilito, que duerma por las noches de un tirón, que no tenga cólicos ni la piel atópica, que le quite el chupete de un día para otro y el pañal en una semana?- se lamenta, y anticipa acontecimientos, Malen. Y yo trato de consolarla:
-¿Por qué entonces no sería un bebé?
Nuestra nueva vida, en definitiva, se avecina llena de interrogantes y misterios. Yo mismo, a veces me miro al espejo y me pregunto ¿quién es ese barbudo?, pero inmediatamente veo a un tipo que sonrié, y me reconozco, satisfecho, a mí mismo. A pesar del Euríbor.