DE CERVANTES A LA BRUJA AVERÍA, Y VUELTA A EMPEZAR
Publicado en ON, semanario de Grupo Noticias, 22/07/2017
SEIS GRADOS
La teoría de los seis grados de separación dice que podemos conectarnos con cualquier otra persona del planeta Tierra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. Aquí, además, hacemos el camino de vuelta.
DE CERVANTES A LA BRUJA AVERÍA
y vuelta a empezar
“Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro —que en nuestra edad de hierro tanto se estima— se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío”.
Así escribe en el capítulo XI de la primera parte del Quijote un Cervantes libertario del cual, aprovechando el 501 aniversario de la publicación de su universal obra, nos vamos a ocupar hoy en esta sección, que arranca con el manco de Lepanto —que en realidad no lo era— y acabará desembocando en los bares de rocanrol del Casco Viejo de Pamplona y otras cuevas, como la de la Bruja Avería.
¿Que por qué 501 aniversario?, pregunta una voz al fondo. Pues para romper con la tiranía de las fechas y las horas redondas. ¿Por qué fijar las citas a las horas en punto o a su cuarto o su mitad? ¿Por qué no a las dos y veintitrés o a las veintitrés y dos? ¿Por qué los centenarios y no los cientounarios? ¿Y qué mejor homenaje para dos locos maravillosos como Alonso de Quijano y Cervantes que una sandez como esta?…
Locos, libertarios y antisistema, así al menos ha titulado el historiador Emilio Sola un libro dedicado al escritor de Alcalá de Henares: Cervantes libertario. Cervantes antisistema. A menudo se nos ha hecho tragar ruedas de molino para acabar identificando al Quijote con las esencias patrias más rancias y carpetovetónicas, pero en esta obra Emilio Sola deja constancia de cómo también los anarquistas han reivindicado para sí su triste figura y la de Cervantes. Y así, en Cervantes libertario. Cervantes antisistema se nos cuenta la peripecia de un grupo de exiliados republicanos a Argel que promovieron un homenaje al escritor colocando una placa en la gruta en la que este se refugió tras escapar de su cautiverio a manos de corsarios berberiscos.
Al frente de este grupo se encontraba el periodista y escritor navarro José María Puyol. Nacido en Cascante en 1881, Puyol fue una de las 2638 personas que en marzo de 1939 lograron embarcar en un cascarón llamado Stanbrook y huir desde Alicante hasta Orán sorteando las bombas fascistas. Tras permanecer a bordo del barco cuarenta días, sin apenas agua ni alimentos, Puyol sería confinado en diferentes campos de concentración y liberado tras largos sufrimientos. En los años posteriores colaboraría prolíficamente en diferentes periódicos libertarios, como Solidaridad obrera, primero en Orán y más tarde en Francia, bajo cuyo sello también publicó un libro titulado Don Quijote de Alcalá de Henares, con el que intentó propagar su devoción laica por Cervantes, a quien consideraba una especie de santo ácrata.
No sería este el único libro que escribiera el cervantista PUYOL (así, solo con su apellido y en mayúsculas lo firmó); publicó también la novela El rodar de las almas y fue autor de una biografía, que nunca llegó a editarse y acabaría perdiéndose, sobre quien fuera su compañero de correrías, el legendario Pedro Luis de Gálvez, icono de la bohemia literaria de principios del siglo XX (aunque la vida del propio Puyol tampoco se queda manca —como no se quedó Cervantes— y necesitaríamos otro artículo entero para contarla).
De Pedro Luis de Gálvez se narran decenas de desmesuras: sablazos, borracheras, asesinatos en serie de monjas, presidio, finalmente ejecución ante un pelotón de fusilamiento… Pero sin duda la más conocida y escabrosa de todas es aquella que recoge Pío Baroja en La caverna del humorismo, donde lo retrata recorriendo los cafés madrileños con una caja de pasas bajo el gabán en la que transportaba el cadáver de su hijo, fallecido al nacer. Gálvez pedía limosna para enterrarlo y para un vaso de vino que le aliviara el dolor.
Gálvez aparece además en Luces de bohemia, la magistral obra de teatro de Valle-Inclán, haciendo de sí mismo en el coro de modernistas que aclaman a Max Estrella (personaje que probablemente también inspiró el propio Gálvez junto con otros bohemios hardcore como Alejandro Sawa). Por cierto, que de los espejos deformantes del Callejón del Gato que aparecen en la obra de Valle y que deberían ser hoy en día, cuando el esperpento gobierna el mundo, más que nunca monumento nacional, solo quedan una réplicas birriosas que adornan con más pena que gloria la fachada del bar Las Bravas, en Madrid, famoso por sus patatas ídem (aunque los dueños del bar aseguran que los originales pueden verse dentro).
De Gálvez se ha ocupado mucho y bien otro escritor, el baracaldés, sí, baracaldés —al menos de nacimiento— Juan Manuel de Prada, por ejemplo en su inspiradísima novela Las máscaras del héroe; de él y de otros escritores raros, bohemios y generalmente malogrados, como Armando Buscarini, Emilio Carrere o Ramón Gómez de la Serna. Emulando a este último, autor además de sus famosas greguerías, de una obra titulada Senos, Prada publicó la colección de relatos Coños, sí, Coños, así se las gastaba por entonces (y últimamente también) el columnista de ABC, cuya firma durante la década de los 90 no era extraño encontrar en fanzines revoltosos como Monográfico, junto a la de otros autores emergentes como Ray Loriga, Lucía Etxebarría, o, ejem, ejem, Patxi Irurzun.
Monográfico, que además de un fanzine era la mejor guía de garitos del país, pues en sus páginas aparecían anunciados todos aquellos que la distribuían, se podía encontrar, por ejemplo y si no recuerdo mal, en bares míticos de La Kutxi gasteiztarra o de lo viejo de Pamplona, como el Toki Leza (el bar, por cierto, al que Barricada bautizó como La esquina del zorro en su canción homónima, aunque en realidad no hiciera esquina, del mismo modo que el manco de Lepanto no era estrictamente manco, es decir no perdió la mano en aquella batalla, sino que se le quedaría tonta como consecuencia de un arcabuzazo) o el Terminal, que este año celebra treinta años programando conciertos (a nosotros para este artículo nos habría venido mejor que fueran 29 o 31, pero todo no puede ser).
Por el apretado escenario del Terminal (menudo nombre para un bar, por cierto, si uno tiene problemas con la bebida, al menos) han pasado infinidad de grupos, algunos de los cuales acabarían años después llenando pabellones, como es el caso de los madrileños Pereza. “¿Y para cuándo lo de la Bruja Avería?, pregunta impaciente la voz del fondo. A eso vamos, pues resulta que Pereza grabó una versión de La bruja avería en un disco recopilatorio y solidario titulado Patitos feos en el que diferentes grupos de rock versionaban clásicos infantiles, como, entre otros, Casimiro, a cargo de La Cabra Mecánica, Mi mono Amedio y yo, que interpretaron Los piratas, y en el que también participaba Mago de Oz que revisitaba (atención, porque con esto cerramos el círculo) la canción Sancho, Quijote de la recordada serie de dibujos sobre el ingenioso hidalgo al que en buena hora dio vida Miguel de Cervantes Saavedra.