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PERIODISMO DOMÉSTICO

Ago 17, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

—¿Me estás hablando a mí, me estás hablando a mí?

Allí estaba yo, frente a la puerta del ascensor, imitando a Robert de Niro en Taxi Driver, intentando distraer a mis hijos para que no volvieran a iniciar su enésima y desesperante pelea, cuando de forma inesperada la puerta automática se abrió y aparecieron unos vecinos a los que los ojos se les convirtieron en platos —en platos de tiro al plato—al verme  apuntándoles con un arma imaginaria.

—Estooo… buenos días —disparé, muerto de lacha, y luego me autorreduje hasta el tamaño de un insecto y, pasando entre sus piernas, me dirigí hacia una de las esquinas del ascensor.

Siglos después, cuando la puerta se cerró, mis hijos, a quienes mi imitación del desequilibrado taxista no les había hecho hasta entonces gracia alguna (“¿Aita, ya estás otra vez con tus gansadas?”, habían dicho, y habían seguido chinchándose), estallaron en una carcajada nutritiva que se me contagió y fue creciendo en mi interior hasta hacerme recuperar mi tamaño y apariencia humanos y olvidar aquel abochornante momento.

Episodios tan chuscos como este son los que solía compartir con los lectores en Mi papá me mima, una colaboración (después libro) que tuve durante años en una revista de embarazos y bebés y en la que contaba en tono de humor mis peripecias de padre primerizo.  Se trataba por una parte de un ejercicio de periodismo doméstico y por otra, en el plano más personal, de un álbum de recuerdos, en el que quedaban inmortalizados esos momenticos junto a los niños que en caliente nos parecen inolvidables pero que con el tiempo se pierden como lágrimas en la lluvia —por seguir con las referencias cinéfilas—; o esas frases antológicas que descacharran nuestra lógica de adultos.  Por ejemplo, el día que me equivoqué y eché sal en lugar de azúcar al bizcocho de cumpleaños de mi hijo  e intenté excusarme con un penoso “Estas cosas le pasan a todo el mundo”.

—Ya, pero a ti te pasan más —me replicó él.Mi papá me mima (Ediciones B, 2013)

Después, los niños se me hicieron mayores y tuve que dejar de escribir sobre ellos, antes de que me demandaran por explotación laboral o atentar contra su intimidad, o de que lo hiciera la jefa de redacción por inventarme un nuevo bebé con el que conseguí prolongar mi colaboración en la revista algunos meses más.  Dejé, pues,  de anotar todas sus ocurrencias, de lo cual  me arrepiento profundamente, porque en breve se me olvidará, por ejemplo, que es un “serpentión”: así llamó mi hija a un cangrejo la última vez que estuvimos en la playa, supongo que asociando las imágenes híbridas de una serpiente y un escorpión, que en su cabecita deben de ser primos-hermanos del cangrejo de roca.

La literatura, y el periodismo sirven, entre otras cosas, para ello, para luchar contra la desmemoria (por ejemplo, y en otro orden de cosas, también quedará registrado en las hemerotecas quién  habló de una “plaga” para referirse a personas, a emigrantes en busca de una oportunidad). Escribiendo, en definitiva,  conseguimos que  no caigan en el vertedero de los recuerdos irrecuperables, como en Del revés, la última película de Pixar, algunos pequeños momentos que sirvieron para hacernos reír o nos ayudaron a sobrellevar situaciones en las que hubiésemos deseado que nos tragara la tierra… o el hueco del ascensor.

Colaboración par el magazine ON (periódicos Grupo Noticias), en la sección Rubio de bote

 

FELICITÁ

Ago 3, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  1 Comment

Yo soy un ser morfológicamente incapacitado para ser feliz. Cada vez que me río fuerte o durante un rato largo comienzo a sentir un dolor insoportable en la parte trasera de la cabeza. Como si bajo la bóveda craneal tuviera a una banda de rufianes, de aguafiestas, acogidos en sagrado (aquella potestad medieval que otorgaba impunidad en recintos religiosos a los perseguidos por la justicia)… Como si una panda de neonazis armados con bates o de tertulianos cavernícolas con micrófonos irrumpiera en una fiesta.

Una limitación física de ese tipo imprime carácter, pero lo imprime solo con el cartucho de tinta negra, mientras el de colores se seca reservado para días que nunca llegan. Soy, pues, un tipo irónico y contenido, con tendencia a la melancolía. Por prescripción médica. Me consuelo leyendo, como si fueran prospectos de un medicamento,  sentencias filosóficas o literarias sobre la felicidad, como aquellas que dicen que la felicidad consiste sencillamente en tener mala memoria (Ingrid Bergman); que la felicidad la dan pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña joya…( Groucho Marx); o que hay dos maneras de conseguir ser felices: una, hacerse el idiota; otra, serlo (Jardiel Poncela).

Es cierto, ser feliz es insolidario, es ir por la vida con anteojeras, cambiar de canal a la hora del telediario… Pero a mí me gustaría, de vez en cuando,  poderme reír a carcajadas, partirme de risa, sentir que mi cabeza revienta y las carcajadas caen sobre quienes me rodean  como una metralla de buen rollo, como un gas de la risa que contagia incluso a los que me hacen infeliz, a los que firman desahucios o te incluyen en listas negras, a los que aparcan en doble fila, a los antidisturbios… Que pudiera quitarme la mordaza, reírme a  mandíbula batiente, disparar el cartucho de colores y que  todos ellos  murieran de risa.

Se puede morir, de hecho, de risa. Me lo contó un compañero de trabajo una vez. Que su padre murió atragantado por sus propias risas. Y mientras me lo contaba yo me imaginaba la situación y luchaba contra mí mismo por contener las mías, mis propias carcajadas.

Esa es la parte que compensa mi incapacidad para ser feliz. O un efecto secundario. Del mismo modo que la presión craneal aplasta mis carcajadas debo luchar contra mí mismo para que en momentos solemnes no se me escape una risa inoportuna. No hay nada peor que reírse en un funeral. O en un discurso. O durante un desfile (en este último caso no porque no lo pida el cuerpo, que sí, sino porque te enfrentas a gente peligrosa y armada).

Lo cierto es que, pese a la vida misma y pese a los periodistas de la caverna mediática, estamos diseñados para reírnos: sonreímos  al observar  a las personas a las que amamos, al dar las gracias, cuando a alguien se le cae un pedo… Y eso está bien,  hay que reírse, aunque el chiste sea malo o la realidad apeste. Hay que intentar ser feliz aunque nos duela la cabeza. Porque hay brillando una pequeña joya en los momentos más domésticos.  “Vivimos como queremos”, dijo un día mi hijo, mientras compartíamos un pincho de tortilla de patata en un bar. Y  después, cuando yo me reí y comenzó a dolerme la cabeza, pensé que quizás fuera porque se me estaba quedando grabado en ella, a cincel, un momento como aquel, tan parecido a la felicidad.

Colaboración para ‘Rubio de bote’, sección del magazine semanal ON (Grupo Noticias). 1-08-2015

JACUZZI INCLUIDO

Jul 19, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Archivo:Viejos Jacuzzi.jpgLo peor no era que me había quitado el bañador y lo había arrojado pizpiretamente a tres metros, lo peor era que me había dejado puesto el gorro del nadador, con la cabezahuevo que me hacía (en consonancia, por otra parte, con una situación tan chusca como aquella). Alrededor del jacuzzi, con los dedos de los pies aferrados como garras prensiles al borde del mismo, se había apostado un grupo de jubilados. Los turnos los daban en la recepción del hotel para cada media hora y ellos y ellas habían llegado cuando todavía faltaban veinte minutos.

—Estos chicos ya van a ir saliendo. Que les queda solo un ratico, ¿verdad, majos?

—¿Ya? Pero si parece que acabamos de entrar… —dije yo, que era la primera vez que sentía el gustirrinín de una fila de burbujas masajeándome el perineo, hasta hacerme perder la noción del tiempo.

—Es que ACABAMOS de entrar —aclaró mi hijo, mirando su reloj, que le habíamos comprado el día anterior en los puestos de los jipis del paseo marítimo.

—¿A que al final no es water resistant? —dijo mi mujer, saliendo del agua grácilmente, como una lamia, con sus pies de pato y todo, y acercándose en aquaplaning hasta la silla en que había dejado el móvil—. Ah, pues sí, aún nos queda más de un cuarto de hora —dijo bien alto, cuando comprobó la hora, y después volvió a entrar al jacuzzi, encontrando un mínimo resquicio entre la muralla de carne humana que los jubilados habían levantado alrededor de él.

—Mierda —musité yo, pensando que había perdido una oportunidad de oro para recuperar mi bañador.

Los jubilados por su parte, torcieron el morro y volvieron a la carga apenas un minuto después.

—¿Cuánto queda? —simulaban hablar entre ellos, aunque en realidad se dirigieran a nosotros.

—Nada, chica, nada, que ya nos toca, además parece que la niña se ha quedado dormidica—señalaron a mi hija, quien en realidad había cerrado los ojos aterrorizada, recordando la okupación violenta, la noche anterior, por parte de aquel grupo de la minidiscoteca, al compás de Coyote Dax.

Yo también estaba algo asustado, sentía la presión de sus miradas haciéndonos aguadillas y la de las burbujas en el escroto, que comenzaba a ser algo ya molesta, además de preguntarme cómo demonios iba a salir del jacuzzi. Aquello, en definitiva,  distaba mucho de ser un videoclip de rap, como yo me lo había imaginado.

—Igual vamos saliendo —propuse.

—Hasta en punto aquí clavados como estacas —ordenó mi mujer, con su voz de sirena.

—¿Estos señores y señoras  también son jubilatas, como los que se cuelan en el bufet? —preguntó el niño, emergiendo entre la espuma cuando ya le faltaba el aire,  es decir a pleno pulmón.

Y así, prietas las filas y los morros, aguantamos tanto unos como otros, hasta la hora convenida.  Bueno, yo todavía permanecí un minuto más, cuando, tras un despiste mientras me desencasquetaba el gorro, me di cuenta de que mis hijos y mi mujer caminaban ya en dirección al vestuario.

—Que sea lo que dios quiera — me dije, y con la entrepierna cubierta con las manos y el culo escurrido y peludo al aire, salí del jacuzzi.

—Bueno, igual mejor vamos a la clase esa de zumba ¿no? —fue lo último que oí a mis espaldas, antes de agacharme, con los huevos colganderos, a recoger el bañador.

 

 

Colaboración para «Rubio de bote», en el suplemento semanal ON de lo diarios del Grupo Noticias. 

Veranos azules

Jul 19, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

La digestión era sagrada. Cuestión de vida o muerte. De tres a cinco de la tarde la piscina era un cristal limpio y transparente y si alguien osaba zambullirse en ella lo rompía con estrépito en mil pedazos, como quien quebraba una norma no escrita, o ensuciaba un mandamiento.

Había que “hacer la digestión”. Durante las dos horas en las que, para desesperación de nuestros padres, el estómago nos dictaba cada cinco minutos un “¿Cuánto falta?”, corríamos peligro de muerte, si nos acercábamos al agua. El agua en realidad no era agua, sino una balsa de aceite hirviendo. Y del cielo caía también fuego. La vida transcurría detenida a la sombra de los árboles o de las sombrillas, entre cabezadas y bostezos. Había que aburrirse. Aburrirse era obligatorio, para inventar, para después volver a jugar, para dejar de aburrirse. Los niños de hoy, por el contrario, creo que no se aburren, no saben o no los dejamos aburrirse, siempre tienen una tablet a mano, una consola, una extraescolar, un campamento… A los niños de hoy les falta tiempo para digerir tanto estímulo.

A nosotros, mientras nos aburríamos, las hormigas que se subían a nuestra toalla o al Don Miki se nos convertían en animales fantásticos, o en bombarderos las moscas que zumbaban en nuestras orejas, mientras tratábamos de echar una siesta que no necesitábamos. ¿Cuánto falta? A veces, abandonábamos las sombras y dejábamos que el sol nos escribiera sobre la piel a tiras lunares y melanomas en diferido. Nos sentábamos en el borde de la piscina y mirábamos nostálgicos su fondo, como el horizonte de un país lejano o de una época perdida.  El fondo de la piscina olímpica era un mosaico romano, una Atlántida en la que se posaban monedas de duro o fichas del guardarropa. Otras veces,  íbamos al baño y después nos duchábamos para disimular la última gota delatora en el bañador, que se expandía como un estigma.

—Aitor Menta, acuda por favor al teléfono —rompía la calma chicha por megafonía el portero, a quien se la habían vuelto a colar, y todos los niños aburridos estallábamos en una carcajada a coro.

Junto al río había una vieja cama elástica y yo recuerdo que algunas tardes me sentaba en una esquina de la lona, esperando mi turno, y que cuando llegaba lo dejaba pasar, porque en el bañador speedo se me había desperezado una erección confusa, mientras veía saltar a la niña que me gustaba y miraba, como quien miraba a un ángel bajando del cielo,  sus pezones incipientes, como pequeños ratones que me roían el corazón.

Eran aquellos veranos interminables que se pasaban en un suspiro. Veranos en los que moríamos con el sol ensangrentado todas las noches y cada mañana un sol con forma de galleta María y una piscina de colacao nos devolvían a la vida.  Si la patria del hombre, como dijo el poeta, es su infancia, el verano debe de ser su capital. Eran aquellos veranos azules. Bicicletas BH. Barbos y madrillas pescadas con aparejo. Chipi-chapas. Frigodedos y Dráculas. Capitán Cola y El Gran Héroe Americano. Verdad o atrevimiento. Aceite y vinagre juntos pero no revueltos en un táper. La vida convertida en una digestión lenta y nutritiva. ¿Cuánto falta?

Colaboración para el suplemento semanal ON de los diarios de Grupo Noticias

Dificultades de la vida moderna

Jun 22, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Las últimas adhesiones a la manifestación “Contra las dificultades de la vida moderna” han llegado desde el “Sindicato de empujadores de máquinas expendedoras”, quienes recuerdan que cada día siguen quedándose enganchadas en las mismas cientos de palmeras de chocolate o tubos de Lacasitos, sin que en la mayoría de los casos los responsables de bares, centros comerciales o áreas de descanso se hagan responsables del hurto. “Es más”, añaden, “con frecuencia son detenidos, acusados de vandalismo, algunos de nuestros afiliados al ser sorprendidos aporreando las máquinas, o incluso, y esto nos parece gravísimo, otros que las empujan con un cívico disimulo”.
Recordemos que la convocatoria de esta manifestación partió de la “Plataforma por un carril lento en las cajas de los supermercados”, un grupo de consumidores afectados por la presión a la que son sometidos los clientes en el momento de pagar y recoger sus productos y que no dudan en calificar las cajas registradoras como siniestros símbolos del capitalismo o pequeños tótems consagrados al consumo y las prisas. A ellos no tardaron en sumarse otras asociaciones como la ‘Coordinadora de incapaces de despegar bolsas de compra”, la “Agrupación de afectados por las mañanas enteras perdidas intentando tramitar on line una factura para el Ayuntamiento” o el colectivo “No eres el único que tiene que bajar del coche para pagar en la autopista o meter el tique del parking y que lo hagas no significa necesariamente que seas bracicorto”.
Paco Cheltuyo, responsable de “Hay sitios libres”, otra de las numerosas asociaciones que se ha sumado a esta marea de ciudadanos a los que la tecnología y las supuestas comodidades de la vida moderna convierten la suya en un auténtico calvario, nos indica los motivos por los que ellos han decidido secundar esta protesta: “En nuestro caso, nos parece indignante la conducta de esos conductores –valga la redundancia— que en los parkings de los supermercados deciden aparcar junto a la puerta de los mismos, a pesar de que a solo cincuenta o cien metros haya sitios libres, obstaculizando el recorrido natural de los carritos de la compra, a menudo después de que quienes los empujan hayan pasado un buen rato tratando de conseguir que la cajera les dé de mala gana cambios para insertar una moneda con la que desbloquear uno de los susodichos carritos, que al final siempre resulta ser aquel al que se le atrancan las ruedas o tienden a desviarse hacia las estanterías”.
Durante la manifestación, que pretende tener tono festivo “sin que eso implique necesariamente que vaya a haber una batucada”, ha comentado uno de los convocantes, se escenificará la quema de un parquímetro de los que obligan a introducir el número de matrícula del coche, una máquina de zumos de un hotel con bufet y el manual de instrucciones de un aparato informático. “Bueno, todo eso si finalmente llegamos a celebrarla, porque nos están exigiendo toda una serie de papeleos, trámites burocráticos (muchos de ellos vía telemática o electrónica) que a asociaciones como las nuestras nos resultan difícilmente asumibles, además de provocar contradicciones éticas con el espíritu de la protesta”, nos han confirmado desde el comité organizador de la misma, tras varios intentos fallidos para concertar una entrevista vía skype.

Publicado en RUBIO DE BOTE, colaboración para ON, suplemento de los periódicos del Grupo Noticias

 

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