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ENTREVISTA A MARINO GOÑI

Mar 8, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

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Entrevista publicada en el semanario ON (Grupo Noticias) (07/02/2017)

MARINO GOÑI,
el arte de hacer discos

 

“Hacer discos también puede ser un arte. Aunque tú no compongas la canción o no toques en el escenario” 

 

Fue uno de los padres fundadores del rock radikal vasco. El primero en grabar a grupos como Barricada, Kortatu o Berri Txarrak. Pero sus raíces musicales se hunden más atrás y en el documental que acaba de rodar, Córtate el pelo, recupera la memoria de los primeros conjuntos de rock en aquella Pamplona fría y oscura de los 60.

 

Barricada, Hertzainak, La Polla Records, Cicatriz, Kortatu… Todos los grandes nombres del rock y el punk vascos están ligados a él. Marino Goñi siempre estaba ahí. Estuvo ahí, de hecho, cuando por primera vez se pronunciaron juntas estas tres palabras: rock radikal vasco. Y después, aguantando el chaparrón cuando algunos músicos o parte del público renegaban de esa etiqueta que hoy, aunque sea solo por una cuestión práctica, es comúnmente aceptada. Marino Goñi se ha pasado media vida grabando discos. En los 80, los 90 y los 2000. Primero en Soñua, luego en Oihuka y finalmente en Gor. Y la otra media vida, escuchando música; o yendo a conciertos, o tocando en ellos (fue miembro de grupos como Los Motos, Fiebre, Balerdi Balerdi o Peiremans). La música ha sido y es su vida. No entiende la música sin pasión. Por eso, aunque se “jubiló” hace cinco años, su corazón sigue especialmente inquieto, y acaba de realizar, junto con Xabier Unanua, Córtate el pelo, un documental sobre los  grupos que le metieron el veneno del rock en los años 60, cuando él era un adolescente en aquella Pamplona fría y oscura —como rezaba el estribillo de Plaza del Castillo, uno de los temas de su grupo Los Motos—.

A muchos les habrá sorprendido que Marino Goñi se estrene en el mundo del documental y, sobre todo, que lo haga con uno sobre los 60, en lugar de sobre los 80…

Precisamente lo hice por olvidarme un poco de los 80, porque todo el mundo me daba la brasa con aquella época… Por otra parte, yo siempre he pensado que los 60, el rock de los 60 y el movimiento juvenil en Pamplona y en Navarra, no estaban bien explicados. La gente joven los desconocía por completo y la gente mayor que lo vivió se estaba muriendo. Y sobre todo pensé que yo lo quería cuando me jubilara era hacer algo que me apeteciera y con lo que me divirtiera. No me apetecía escribir un libro, quería que salieran mis ídolos de juventud,  con sus propias caras e historias, algo que en un libro queda más desdibujado. Por suerte, en el camino me encontré con Xabier Unanua, un maestro de la imagen y el montaje, y cuando a él le conté o le llegó la onda de que yo estaba haciendo esto se apuntó rápidamente y empezamos a trabajar.

En los sesenta usted era un adolescente. ¿La música que escuchamos a esa edad es la que más nos marca y define, la que siempre queda, a la que siempre volvemos?

Yo siempre he pensado eso. La música que yo oía a los 14 años me ha marcado para siempre. Teníamos a los ídolos extranjeros, o españoles, pero también teníamos a los ídolos locales, y para mí gente como El Rata –Javier Urrizola, Los Rebeldes-, u Obélix –Josecho Sesma, Los Átomos, Los Condes…— eran mis verdaderos ídolos, a los que adoraba…

¿Cómo era la Pamplona de entonces?

Pues como se ve en el documental y como se suele decir muchas veces, aunque suene a tópico: era una Pamplona en blanco y negro. No hay más que volver a prensa de la época y comprobar cómo los acontecimientos que se sucedían tenían que ver siempre básicamente con la religión. Sin embargo, a finales de los sesenta, principios de los setenta todo aquello prácticamente había desaparecido, esa losa que teníamos encima en apenas diez años, por una cosa o por otra, la habíamos conseguido levantar, y eso en un sitio como Navarra fue algo histórico.

Y usted, ¿cómo era en aquella época?

Recuerdo mi infancia y juventud con una gran influencia de mis hermanos mayores. En mi casa había una gran afición a la música, cantábamos, intentábamos tocar instrumentos… Mi padre tocaba la flauta, mi madre cantaba muy bien… Todo eso se nos metió por los genes. Me recuerdo a la vez como un crío un poco raro. Todos mis amigos quería ser mecánicos, o electrónicos y yo quería ser artista. Quise ser músico desde muy niño, salir a un escenario. Pero no lo conseguí hasta los veintitantos.

Sí, porque usted en realidad se inició en la radio

Sí, en eso fue muy importante mi hermano Jose Mari, que es cuatro años mayor y todavía más raro que yo. Como no podían hacer carrera con él, mi padre consiguió que entrara de pinche en Radio Requeté de Navarra, ayudando a Don Goyo, al Tío Ramón… Y aquello fue lo que ya nos marcó definitivamente a los que veníamos detrás, sobre todo a mí. Lo que mi hermano Jose Mari decía y nos contaba era la biblia, y la afición al rock y a oír programas de radio nos la metió él. Y a la larga él fue él también quien me dio la oportunidad, cuando yo me fui a estudiar a Madrid, de entrar como controlista en Radio Popular.

¿Qué encontró en Madrid, cómo era el ambiente a principios de los 70?

A pesar de ser una gran ciudad a mí me parecía un poco pueblón. Y sin embargo en Madrid, tuve la suerte de caer en todo el cisco, en la 99,5, la FM de Radio Popular, una radio que habían cogido entre Gonzalo García Pelayo, como ideólogo y jefe de programación y mi hermano José Mari como técnico, y que era un intento de hacer una radio nueva, con programas de una hora, especializados, que es la fórmula que se sigue utilizando ahora en radios como Radio 3. Allí conocí a gente que no podía ni imaginar. Yo, por ejemplo, le daba el relevo a Moncho Alpuente.  Para mí fue mi universidad paralela, porque yo por las mañanas iba a estudiar Ciencias de la imagen, que era un aburrimiento terrible, con profesores del régimen, en aquel tardofranquismo, una de las peores épocas del franquismo. Pero yo en realidad me licencié en la radio. Aprendí mucho, sobre todo de música. Tener allá una discoteca inmensa  a tu disposición, y aquellos maestros… Aquella época fue para mí fundamental.

¿Y cómo pasó de la radio al mundo de las casas de discos?

Pues también por algo casual. En el año 77 yo me aburría de Madrid, veía que se acababa un ciclo, y además me atraía Pamplona, las noticias que llegaban desde aquí. Escribí a Radio Popular de Pamplona, para ver si me podían trasladar, me dijeron que sí y vine de controlista a finales del 77. Después, por asuntos familiares, dejé la radio en 1981. Entonces me ofrecieron grabar publicidad en un estudio que acaban de abrir en la Txantrea, que era Soñua, un estudio que daba muchas posibilidades (allí se grababa de todo, publicidad, jotas, cintas ilegales… Recuerdo, por ejemplo,  que en el 1981 hicimos una cinta para UPN y a la vez en plan clandestino otra de homenaje a Naparra). En Soñua empezamos a grabar maquetas a algunos grupos, Kafarnaún (donde estaba El Drogas), La Polla Records… Y después de las maquetas, los discos. Y así hasta hoy.

Aquellos grupos que empezó a grabar,  ¿recogían el testigo de los grupos que aparecen en Córtate el pelo?

Sí y no. Es curioso porque en los setenta, hasta finales de la época, hay muy pocos grupos de rock. El rock desaparece, empieza a haber una escena más politizada, cantautores, pero rock no hay casi nada, hasta el 77, con Tocamás, Magdalena, Tubos de Plata, Kafarnaún, Tensión… Todo eso es lo que me encuentro cuando vuelvo de Madrid: toda esa escena que había desaparecido a finales de los sesenta, y que renacía.

Esos nuevos grupos eran grupos muy rupturistas, inconformistas, pero los anteriores, también lo fueron, de una manera más inconsciente quizás… No debía de ser fácil ser un “melenudo” en Pamplona en 1960.

Lo dice muy bien en el documental Obélix: “No sabíamos contra qué nos estábamos enfrentando, pero nos estábamos enfrentando”. Hay una evolución clara desde las primeras bandas juveniles a principios de los sesenta, a la militancia política de los finales de los setenta. Y eso explica también ese corte en la escena: a principios de los setenta, la gente abandona la música para volcarse en la política. Y luego había otro fenómeno curioso y era que para romper con la dictadura, con los padres, para irse de casa, la gente se casaba muy joven. Eso, a su vez, generaba una conciencia mucho más temprana que en generaciones posteriores.  Un chaval de 25 años con dos críos currando en una fábrica, poca música y poco cachondeo podía tener…

En ese sentido el documental también es un documental que va más allá de la música.

Claro, porque otra cosa que pasaba cuando se hablaba de la música de aquella época, en mi opinión, es que se le despojaba de ese carácter político o de rebelión. Y que al no hacer caso a movimientos más cercanos o más locales se acababa pensando que en los años sesenta todo se limitaba a Massiel yendo a Eurovisión, Los Brincos, Julio Iglesias… Y era un error, porque eso era importante, sobre todo para el régimen, pero también había todo un movimiento debajo, que yo quería reflejar. Y si hablaba de música, tenía que hablar también de todo lo que la producía, de todo el componente sociopolítico.

Córtate el pelo es también un documental sobre un mundo que ya ha desaparecido, algunas tiendas, los cines, algunos oficios…

Cuando se hace memoria histórica, lo habitual es hablar de la conquista de Navarra, o de la guerra civil, que por supuesto me parece muy bien y necesario, pero desgraciadamente, creo que, por ejemplo, nadie ha estudiado qué pasó en Pamplona en los años 10 o 20, y en Pamplona hubo mucha movida, pero luego llegó el franquismo y la hurtó, y parece que todos nuestros abuelos iban a la adoración nocturna… Pero no es verdad, por ejemplo Josephine Baker actuó en 1930 en el Olimpia —que después sería el cine Carlos III—, con su famoso bikini de los platanitos… Y yo pienso que la memoria histórica también es la memoria histórica de cómo nos divertíamos, cómo nos enfrentábamos al poder no solo con la fuerza sino también con la actitud, con el arte, la música…

Después de los sesenta y setenta llegaron los ochenta, en los que usted estuvo en primera línea.  Siempre se ha dicho que fue uno de los padres fundadores del rock radikal vasco. ¿Se siente así?

Sí, claro que sí, yo fui el “ideólogo”, o llámalo como quieras, el “nombrador”… Ese nombre lo inventamos en la barra del bar Deportivo de Jarauta. En aquella época se vivía en los bares. Estábamos continuamente pariendo ideas, aunque el rock radikal no fue una cosa aislada que nos inventábamos y mucho menos solo para vender discos, como se dice, lo de vender discos vino luego, pero tuvo un origen político. Nosotros nos dábamos cuenta de que la movida madrileña y el centralismo nos estaban comiendo el terreno a los que estábamos en la periferia haciendo música, rock, punk, y había que plantar cara. Es curioso además que cuando nosotros inventamos el rock radikal vasco pensábamos que estábamos haciendo algo original, pero luego ya nos dimos cuenta de que no, de que cuando conocimos a los Beruriers Noirs de Paris habían hecho lo mismo, o que estaba Rock Radical Records en California… Yo me apunto a la teoría de Miguel Ríos que dice que el rocanrol es un boomerang, que viene y va. Hay conexiones, vasos comunicantes ¡Pero si el Napo que tenía en Pamplona la tienda de discos Kilkir, resulta que conocía a Shane MacGowan, el cantante de los Pogues, de beber cervezas juntos en un bar de Londres!

Fue en todo caso, la del rock radikal vasco, una etiqueta polémica, y ustedes recibieron muchas críticas. ¿El de editor de discos es un trabajo ingrato?

Yo siempre lo he llevado muy mal, sobre todo que haya gente que hable sin saber. Y lo que ocurre siempre es que en un enfrentamiento entre el artista y los que trabajan a su alrededor para el público el artista siempre tiene razón. He conocido gente decente e indecente entre los artistas y entre la gente que trabaja en esto. Otra cosa que sucede es que a veces los libros sobre música parecen en realidad libros de caballerías. La pincelada que le da el que le cuenta, la que le da el que lo escribe, una adorno aquí, otro allá… A mí  me ha pasado con anécdotas que se cuentan y en las que se supone que yo he estado presente y resulta que no me enteré de nada. Se han dicho muchas cosas que no eran ciertas;  o como cuando la gente mataba a los músicos,  o cuando hacían drogadictos a los que no eran…

Aquella es también una época que también está desapareciendo, la forma de oír música, de venderla… Usted dice que se jubiló, entre otras cosas,  porque no se veía con fuerzas para afrontar todos esos cambios.

Yo ahora me pregunto cómo podía hacer esas cosas que hacía hace veinte años, o incluso diez. Ahora sería incapaz. Y con la música es lo mismo. Ahora me cuesta escuchar música que me toque el corazón. Y no me he vuelto insensible, es que quizás ya no tienes esa capacidad de absorber, todo lo ves desde un prisma más escéptico. Siempre he pensado que para trabajar en la música no se podía ser escéptico, que había que meterle mucho corazón. Y por eso he hecho el documental,  porque lo he hecho de corazón, y porque he disfrutado mucho, como he disfrutado de todos los discos que he hecho. No entiendo trabajar en esto sin la pasión, no entiendo el arte sin pasión. Y hacer discos también puede ser un arte. Aunque tú no compongas la canción o no toques en el escenario.

¿Ha conocido a mucha gente sin pasión en el mundo de la música?

Esa gente siempre ha existido. Y yo entiendo que la gente nos critique a los que hemos trabajado en discográficas, en producción, en manegement, porque ha habido mucho desbarre y latrocinio, mucha forma de trabajar con muy malas prácticas. Yo no he sido una hermanita de la caridad, ni mucho menos, pero todavía conservo muchos amigos entre los músicos con los que he trabajado, y eso ya me dice algo.

Hay alguna cosa que se arrepienta de haber hecho o no haber hecho

No. No suelo hacer ese tipo de balances, porque creo que solo llevan a la melancolía. Yo estoy contento. Me he dedicado a hacer discos, en los 80, los 90, y los 2000, pero también he tenido una carrera como músico, una carrera modesta, pero que en cierto modo agradezco. Como músico he cosechado un estrepitoso fracaso, pero como productor muchos éxitos. Y esa balanza, ahora lo veo, con el paso del tiempo, es lo que me ha puesto en mi sitio.

Personal

Edad: 65 (7-11-1951)

Lugar de nacimiento: Burlada

Trayectoria: Se inició en el mundo de la música a través de la radio. Como productor musical ha trabajado en Soñua, Oihuka y Gor, grabando a grupos como Barricada, Hertzainak, Cicatriz, Kortatu… Y después a otros como Berri Txarrak,  Kojon Prieto y los Huajolotes, Manolo Kabezabolo… Como músico, ha sido miembro de bandas como Los Motos, Fuletamol, Fiebre, Balerdi Balerdi y Peiremans. Acaba de estrenarse en el mundo de los documentales con Córtate el pelo.

 

©Patxi Irurzun 

ENTREVISTA A JAVIER DE ISUSI

Mar 8, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

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Entrevista publicada en Gara 20/02/17

“Todos somos, en última instancia, inmigrantes”
Javier de Isusi. Dibujante

En ASYLUM, el dibujante bilbotarra hace un ejercicio de memoria colectiva cruzando historias de personas que buscan hoy refugio en Euskal Herria, a causa de su condición sexual, el feminicidio, la trata de blancas, los conflictos bélicos… y de vascos que tuvieron que exiliarse durante la guerra civil. Todas ellas tienen algo en común: lo que más echan a menudo durante su exilio es un abrazo.

Patxi Irurzun.

Asylum fue inicialmente un encargo para Javier de Isusi (autor entre otros comics de He visto ballenas o la serie Los viajes de Juan Sin Tierra ) de CEAR-Euskadi, enmarcado dentro de su proyecto Memorias Compartidas. Tras agotar la primera tirada, Astiberri retoma el proyecto con una nueva edición que mantiene el espíritu del libro (los beneficios van a parar a  CEAR, la Comisión española de ayuda al refugiado). Un libro que, con el estilo y el tono siempre atinados del autor bilbaíno, afincado desde hace años en Extremadura,  nos alerta sobre la fragilidad de la memoria y nos recuerda que los exiliados con los que hoy convivimos podemos ser mañana o lo fuimos ayer nosotros mismos.

Quizás una de las cosas que llama más la atención en el comic es que en situaciones de exilio o migración lo que más se echa en falta en ocasiones no es lo material, sino lo emocional, el afecto, los abrazos…

Bueno… A mí no me resulta tan llamativo. Lo material es básico para tener un mínimo de dignidad, evidentemente, pero es lo otro, la acogida, el afecto, en definitiva el ser reconocidos como personas lo que nos hace sentirnos integrados en el lugar en el que vivimos. Yo soy un emigrante también, llevo once años viviendo muy lejos de mi tierra natal y si sigo ahí es precisamente por eso, porque me siento bien acogido y tengo un buen círculo de amistades que cuidan lo afectivo.

¿A qué cree que se debe esa falta de empatía emocional con la que a menudo nos enfrentamos a estas historias, a pesar de que ser las historias de nuestros vecinos, de gente con quien convivimos?

Precisamente a que no convivimos con esas personas. Puede que sean nuestros vecinos de escalera pero, ¿qué sabemos de su vida, de sus problemas, de sus aspiraciones? Mucha gente está dispuesta a creerse cualquier bulo, como que a los inmigrantes se les regalan casas (en serio, no paro de oírlo), pero no está dispuesta a escucharles. Si fuéramos capaces de sentarnos a escuchar los relatos de muchos de ellos de por qué se fueron de su hogar, cómo fue su travesía para llegar aquí… A lo mejor esa empatía saldría sola.

Y lo que es peor, a menudo son nuestras propias historias, las de nuestros abuelos, que hemos olvidado muy pronto.

Eso me impresiona mucho. Todos somos en última instancia inmigrantes, ¡aunque tengamos los ocho apellidos vascos! No tenemos más que remontarnos más atrás en el tiempo hasta que demos con ese antepasado que vino de otras tierras. Pero es que encima, el pueblo vasco, y aún más el español, ha sufrido el exilio antesdeayer. Y bien que hablamos entonces de lo mal que nos trataron aquellos, o, al contrario, de lo bien que nos trataron los otros… Y ahora, ¿qué papel del relato que narren los refugiados que vienen a nuestra tierra queremos ocupar?

En Asylum es precisamente la persona que quizás podría tener la memoria más frágil, Marina, quien se ocupa de mantenerla y transmitirla. ¿Por qué?

Las abuelas y los abuelos siempre han tenido ese papel de guardianes de la memoria, es una lástima que hoy en día en nuestra sociedad ni siquiera se les conceda ese rol. Ahí me venía como anillo al dedo la paradoja que se establece con la palabra asilo, que significa “lugar de acogida a alguien que sufre persecución” y también tiene el sentido peyorativo del lugar a donde llevamos a nuestros mayores cuando no podemos (o atrevámoslo a decirlo: no queremos) tenerlos en casa.

Y, sin embargo, las historias de nuestros abuelos son nuestras historias. Llevamos sus historias en nuestros genes, forman parte de nuestras vidas, de nuestras emociones, de nuestras carencias, de nuestras necesidades. Y conocerlas nos ayuda como personas, conocer nuestro pasado es vital para entender nuestro presente. Y eso vale para lo personal, pero igualmente vale para el colectivo, para el pueblo.

Desde un punto de vista técnico, ¿cómo ha abordado la historia?

En este libro he seguido explorando la técnica de acuarela que ya usé en mis anteriores libros, Ometepe y He visto ballenas. Aquí, para cada historia he usado sólo dos colores, uno frío (gris) y otro cálido en una gradación que iba del amarillo al rojo pasando por el naranja, ocre y siena. Cuando todas las historias se juntan uso todos esos tonos y el resultado, al mezclarse todos ellos, parece una policromía total. La metáfora cromática del libro es precisamente esa, que sólo cuando juntamos todas las historias vemos la vida con todos sus colores.

¿Qué le gustaría que lograra transmitir Asylum? ¿Cree que el comic es capaz de humanizar un poco estas situaciones, de despertar esa empatía emocional que a veces nos falta con los exiliados?

El objetivo del libro es recordarnos que la memoria del exilio es una memoria compartida por todos los pueblos y que las vivencias que les están tocando vivir a muchas personas ahora son, a nivel interno, exactamente las mismas que nos tocaron vivir a nosotros anteayer… Quién sabe si nos tocarán mañana. Marina dice en un momento al final del libro que los años más felices de su vida los pasó en Venezuela… ¡En el exilio! Es una frase real de la amatxi en quien más me basé para hacer el personaje de Marina. ¿Podrá alguna de las personas que llegan ahora refugiadas a Euskal Herria decir eso alguna vez, que sus años más felices los pasaron aquí? Es una pregunta que me gustaría que se suscitara en quien lea el cómic.

 

LOS DÍAS CABEZABAJO

Mar 8, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

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Para los pasados carnavales de Sarriguren, me pidieron escribir un cuento y salió este «Los días cabeza abajo», que se ha editado con la ayuda de diferentes colectivos del pueblo y la colaboración del Ayuntamiento del Valle de Egües. Maider Sukunza lo tradujo al euskara y la portada e ilustraciones son de David Satrústegi. Aquí abajo se puede ver parte de la presentación (la explicación de los diferentes personajes del cuento y mi intervención)

Y en la prensa también se hicieron eco:

http://www.noticiasdenavarra.com/2017/02/22/vecinos/cuenca-de-pamplona/un-nuevo-carnaval-para-volver-al-sarriguren-de-siempre

 

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