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CUENTOS CUENTOS CUENTOS

Oct 14, 2010   //   by admin   //   Blog  //  No Comments
Todos estos cuentos aparecieron en la colaboración semanal que tuve durante cinco años en el suplemento juvenil GaztealGARA, ilutrados por EXPRAI, quien los está recuperando y colgando con sus dibujos en su web. Algunos además, los recopilé en mi libro La polla más grande del mundo y otros 69 cuentos (Baile del sol)

LA TINTORERÍA DEL ALMA

Las clases comenzaban con un padrenuestro y un diostesalvemaría. Después tocaba lenguaje, matemáticas y al mediodía religión. Las clase de religión las daba un cura de los de siempre que nos hacía aprender de memoria el catecismo, los mandamientos y nos enseñaba que había pecados de tercera división, como pelear con los compañeros o no hacer la tarea, de segunda, como mentir o sisarle de la cartera a la mamá, y de primera, que eran unos pecados terribles y que se llaman pecados mortales como insultar a Dios, matar o pasar un año entero sin confesarse. Los pecados mortales no tenían perdón y te llevaban directamente al infierno. Los otros no contaban si luego te confesabas.

—Nuestro corazón está limpio –decía aquel cura– pero con cada pequeño pecado, por ejemplo, con cada palabrota, lo ensuciamos un poco y se va volviendo negro como el carbón, así que de vez en cuando tenemos que confesarnos para lavarlo y volverlo a tener limpio, como le gusta a Dios– de modo que aquello de confesarse era como una tintorería para el alma y lo único malo eran los pecados mortales, que no se iban ni frotando con lejía.

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FRENÉTICA CRISALIDA ENSANGRENTADA

Don Obdulio fué uno de esos señores que se dedican a escribir cartas a los periódicos protestando por las cagadas de perros en las aceras hasta que un día se sorprendió a sí mismo meando sangre. Una crisálida roja brotó de su polla y revolviéndose nerviosa en apenas unos segundos tiñó el agua del retrete con su color. Inmediatamente después la metamorfosis continuó dentro del pecho de Don Obdulio, donde una mariposa aleteó contra las aristas de su corazón helado. Aquel miedo no era infundado. Al día siguiente el médico le comunicó que le quedaban escasos meses de vida.

—¿Por qué yo? –se preguntaba atormentado Don Obdulio.

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CIMARRONA
Ante los rumores surgidos en los últimos días, a raíz del cacareado caso del negro de una presentadora de programas rosas cuyo verdadero nombre, un secreto a voces, es Rojo –al final, semejante mezcla de colores acaba por adquirir una tonalidad marrón, tirando como a mierdosa–, rumores que dejan con el culo al aire, por seguir con el tono escatológico, a una toda una hornada de nuevos valores literarios– porque mira que hace falta valor…–, me adhiero a la revuelta negra, salgo del armario, me echo al monte cual cimarrona de la pluma, y confieso que yo, de nombre Soledad, tal y como consta en mi EHNA (la verdad es que me la suda, con perdón, cualquier carnet, cualquier documento, que me reduzca a un número, pero ya puesta –como dirían Los Rodriguez “me gustan los problemas, no encuentro otra explicación”– voy a ser un poco desobediente y a identificarme con éste en detrimento del DNI, donde además aparezco retratada tras una gau-pasa criminal, con unas ojeras con las que tropezaba a cada paso camino del fotomatón) que yo, decía, soy quien realmente perpetra esta columna semanal.

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GATILLAZO

—Tranquilo, hombre, a todos nos pasa alguna vez –intentaba consolarme mi colega. Su voz me llegaba a duras penas, abriéndose paso como un piloto suicida a través de la niebla nicotinada del garito en el que, desde hacía horas, nos reponíamos de los reveses de la fortuna con bebidas “isogintónicas”, como él las llamaba, y, sobre todo, a través de la otra niebla, la psicotrópica, que se había cernido sobre el páramo de mi cabezota.
Durante todas las semana no había habido nada que consiguiera disiparla. Nadie que consiguiera ponerme de pie. Dicen que a todos les pasa alguna vez, pero para mi era la primera. Mi primer gatillazo. El terrible bloqueo del escritor.

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BRINDIS POR LA GUERRA NUCLEAR

Señor juez: una vez leí que en Dinamarca intentar fugarse no agrava las penas, no es un delito. Y pensé que los daneses eran gente legal: que un preso intente fugarse es su obligación. El delito sería no intentarlo.

A usted no le pido que lo entienda. La libertad, aunque no lo sepa, también es su deber, pero este es un mundo de esclavos y de canijos que sacan pecho para que se les vea la placa, o la cartera, en lugar del corazón. Detrás de los muros de las prisiones hay otros, millones de celdas con invisibles barrotes catódicos, el televisor, internet, en las que se sirve un rancho de pan y circo, de hamburguesas y fútbol, y se condena a trabajos forzados a cambio un carrito para el hiper y una papeleta cada cuatro años.

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