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¿Para qué vamos a perder el tiempo hablando si podemos arreglarlo a hostias?

Ene 2, 2014   //   by admin   //   Blog  //  No Comments


—En este pueblo solo hay sitio para un negro— escupió Gorka Iruretagoiena, el concejal de festejos, mientras sobre su cabeza la ETB2 echaba una de vaqueros.
Pero nadie en el bar se rió, a pesar de lo ridículo de la situación: Iruretagoiena iba disfrazado de Baltasar, el rey mago; algunas gotas del octavo pacharán que se atizaba esa tarde le resbalaban por la barbilla, borrando la pintura negra de su cara; y sobre todo, había dirigido sus desafiantes palabras a Amadú, un senegalés que trabajaba como arrantzale en uno de los barcos del puerto, y que también estaba disfrazado de rey mago.
—Pues como negro, yo soy más negro que el copón —contestó Amadú, en un perfecto euskera, y, después de atizarse de un trago una lata de Aquarius y dejarla bruscamente sobre la barra, añadió, encañonando con la mirada al concejal: — O sea, que igual el que sobra aquí eres tú.
El humo de su cigarrillo humeó en la boca igual que el cañón de un revólver recién disparado y un silencio denso y circulante como la sangre se hizo en el bar. Solo se escuchaba temblar la esquina de un poster del Atlethic, pegado en la pared y agitado repentinamente por una corriente de aire de galerna, que se había filtrado por debajo de la puerta.
—Anda la hostia, lo que faltaba por oír—comenzó a gesticular el concejal, e intentó arrastrar con las aspas de sus brazos a alguno de los txikiteros y de quienes jugaban al mus, pero nadie le siguió el aire esta vez.

Iruretagoiena, además del concejal de festejos, es decir, quien organizaba la cabalgata de reyes cada año (reservándose para él el papel estelar), era el patrón de la cofradía de pescadores. Un hombre acostumbrado a mandar y a ser obedecido. Amadú, por su parte, era un joven rebelde y orgulloso. No había venido desde tan lejos para dejarse pisar por nadie. La historia de siempre. Hombres que quieren progresar y hombres que quieren conservar lo que tienen. Y alrededor, hombres que miran la pelea y tal vez desean que por una vez gane el menos fuerte, pero no dicen nada, por temor a llevarse algún golpe (…) 

De «La tristeza de las tiendas de pelucas» (Patxi Irurzun) Pamiela, 2103.
http://www.pamiela.com/es/literatura/narrativa/la-tristeza-de-las-tiendas-de-pelucas-detail

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